Este verano tórrido sin canción del verano promovió la polémica por el vídeo y, supongo, la letra de la que creo que es la última creación de Maluma. Nunca comprendí ciertas diatribas. Así, al modo de El conde Lucanor, podríamos recordar el exótico ejemplo de la rana y el escorpión que quería ir de Kioto a Kobe, o al revés, que ya me lo aclarará mi amigo Ángel L. Montilla, el niponesista. Ya saben, la rana le hace el favor al alacrán y en mitad del lago que están cruzando, el arácnido inyecta veneno al batracio. Mientras se hunden, la rana moribunda pregunta el porqué. El bicho responde que no pudo evitarlo, estaba en su naturaleza. Si soy muy sincero, me anclé en grupos y estilos musicales de hace ya varias décadas, entre los que tengo a Ricardo Teixidó, Danza Invisible o Tabletom, entre los malagueños, y con algunas dificultades alcanzo a The Smiths, o Joy Division. En realidad, me anclé en Pink Floyd, Génesis, Jethro Tull, Iceberg, Imán o Guadalquivir, por irnos más cerquita. A esto sumo el jazz de todo tipo y la llamada música clásica e, incluso, la medieval. Todo esto lo explico como justificación de que me importa muy poco el estilo en el que se enclave a Maluma a quien por primera vez he visto en un vídeo, y del que por primera vez he oído su música y letra. Toda esta órbita entra dentro de la música comercial que sigue funcionando al dictado de potentes empresas multinacionales, que consiguen que una amplia mayoría de este mundo, dance al son que toque. Melodías de 4 notas y creación de un cantante intercambiable. No comprendo que suscite ningún tipo de debate. En efecto, en el vídeo aparece un montón de culos preciosos de niñas jóvenes y bellas que actúan como al capricho del macho alfa, y único, de la escena. Cierta vez, junto a mis amigos Gaby y Kike, íbamos a grabar por encargo, claro, un vídeo de este tipo de grupos. El primer problema que surgió fue el del casting de culos de niñas. Ya digo, el escorpión no pudo huir de su naturaleza como este tipo de espectáculo no puede inhibirse de su concepto de vida, aunque lo sitúe en el vacío.
Los ataques a tal clip se centran en que la mujer es presentada como objeto de deseo y ya está. En efecto, ni aparece ninguna frente a una pizarra donde resuelve la ecuación de Einstein a medio desarrollar, ni tampoco ejecutan un solo de fagot durante la actuación. Se limitan a exhibir el cuerpo y seguir al machote cual perritas en celo. Pero es que ni el vídeo puede evitar su naturaleza, ni los o las consumidoras de tales productos pueden esquivar las suyas. Si hiciéramos una encuesta mundial, apuesto a que nos sorprendería cuántas de nuestras hijas, hermanas, primas, madres y esposas habrían querido aparecer como figurante en tanga. Y aquí está la cuestión. No alberga ninguna inocencia el oír un tipo de música u otra; implica una filosofía de la existencia. Contra esos productos masculinos y femeninos creados para que reciban millones de suscripciones en las redes sociales no se puede luchar. Por más que un grupo de la población contemple el machismo arraigado en cada frame, en la letra, o en cada compás, siempre existirá una mayoría de niñas que quieran ser una chica Maluma, como en su día la hubo que habría querido acostarse, por mucha cosificación que significara, con Julio Iglesias o con Jorge Negrete para no salirnos de nuestro ámbito hispánico. Habrá quien diga que la solución a estos problemas del machismo ambiente pasa por las aulas, donde habría que explicar al alumnado la estructura profunda del mensaje audiovisual que están contemplando sólo en la superficie. El caso es que creo que para esa juventud criada en tales estéticas, el runrún de los culos en un vídeo es semejante al rumor de las cataratas o de los ríos para quienes habiten junto a ellos, esto es, ni se percatan del fenómeno. Tal vez la polémica parta de esas promociones que nos quedamos pendientes entre otros bucles melancólicos y que detectamos machismos hasta en esas pinturas rupestres de Lérida donde varias mujeres danzan alrededor de un hombre con claras muestras de priapismo, y que alguien solicitará que se borren con lejía por ofensivas para aquellas mismas gentes que las disfrutaron, o que le pinten dos rombos.