Cualquier idea antaño vociferada con el codo sobre la barra del bar y el vaso en la mano, de tubo, por supuesto, hoy deja su huella por esas redes sociales de las que el diablo da fe. Ni me gustan las manadas, ni las multitudes. Ambos conglomerados cumplen un mismo fin, la disolución del individuo como sucede con mi ron entre el burbujeo de la soda. Cualquier asunto relacionado con La manada es grotesco, de la gruta, de los tiempos cavernarios y por eso repunga. Son gentes que hablan otros códigos. Nuestra sociedad ya no acepta la violencia contra una mujer, como el daño colateral e inevitable de la pasión. Nos exigimos sensatez y sensibilidad en el trato mutuo. En esto, a pesar de las manchas de irracionalidad que permanecen, hemos avanzado mucho en muy poco tiempo. Yo vi cómo un tipo golpeaba a su mujer en mitad de la calle, Camino de Suárez, allá por los inicios de los años 80. Cuando la joven hía del terror, aquel tipo, cigarrillo en la comisura de los labios, le ordenaba que volviera. Obedecía y él volvía a patearla o darle puñetazos frente a una multitud que no hacía nada. Hoy esa escena sería inimaginable. No somos tan mala gente; al contrario, los españoles hemos avanzado por muchos caminos de civilidad a un paso rápido, imposible de seguir por otras sociedades. A causa de la libertad provisional de los componentes de La manada, las redes sociales se llenaron de eructos contra España y contra la justicia, por parte de funambulistas de la ideología que saltan de un vacío a otro sin que ambos muestren relación entre sí. Una paloma caga en la chaqueta y la siguiente frase es “en este país”. Aún queda pendiente la lectura intensa de Larra en el sistema educativo. A causa de una medida judicial, entre las y los manifestantes había quienes, además de descalificar a una sociedad completa, pedían el regreso a la barbarie de los juicios medievales. Quieren que una acusación equivalga a una condena, además, sumarísima y ejemplarizante, en lugar de reinsertiva y educadora. A veces de tanta progresía, entra la marcha atrás.
Billy Holliday compuso Strange fruit, tras un viaje por Misuri. Contempló desde la carretera aquellas extrañas frutas que pendían de los árboles, personas negras a quienes la buena sociedad blanca ajusticiaba por acusaciones de robo o violación de alguna chica rubia anónima, en algún lugar impreciso. Queda un abundante material gráfico de tales eventos. Parejas que se fotografiaron risueñas junto a los cadáveres como si se trataran de magnolias recién florecidas. El individuo pierde su responsabilidad y conciencia entre la turba. Los fascistas y los comunistas conocen bien tal efecto y de ahí su pasión por las concentraciones. La indignación o la impotencia ante una medida judicial se debe canalizar por los medios que nos otorga la civilización que hemos construido, esto es, mediante el procedimiento. Si se trata de una decisión recurrible hay que dirigirse hacia los bufetes de abogados, en lugar de a las avenidas, donde por suerte no se legisla desde hace siglos, salvo en esos lugares del planeta en los que aún se azota, se cortan manos y se lapida a las mujeres en público porque así lo exige una masa vociferante que invoca justicia. La justicia en España es muy garantista, tanto para estos tipos como para los ladrones de guante blanco o los terroristas de ETA a quienes, a pesar de las decenas de muertos, se le han aplicado los beneficios penitenciarios a los que tenían derecho. El patriarcado nada tiene que ver con este asunto por más que se invoque igual que un mantra a ver si cala. Como humano es natural el sentimiento de venganza, como sociedad tenemos que aplicar el código vigente en este momento, con todas las pruebas y todas las garantías para los acusados y para la víctima. Dura lex, sed lex, la ley es dura pero es ley, una característica que nos diferencia de esas gentes sin piedad que aún viven entre nosotros. Considero más sana la condición de lobo solitario que reflexiona en silencio bajo la ducha. La lengua nos pierde.