La semana anterior, una preboste de Taiwán propuso que se interrumpa el suministro eléctrico nocturno para que aumente el bajo índice de natalidad que atenaza el futuro de aquella república asiática. Las parejas de Taiwán, según parece, sólo copulan si no están jugando con sus maquinitas, con el ordenador o no están viendo la tele. Se ve que el compromiso matrimonial allí se toma al pie de la letra y es eso, un compromiso, nada de voluntariedades. Como no podemos hacer nada divertido, chinguemos que el mundo se acaba, que dicen en Valencia. Pero desde esta premisa, hasta la conclusión de que de aquellos polvos llegarán estos lodos de los hijos, media un abismo. Por aplicar una lógica difusa y borrosa ante este razonamiento que incluye en una misma secuencia la oscuridad, el sexo y los embarazos, quizás en aquellas tierras exóticas conciban las relaciones sexuales sólo en una dirección, bajo la mecánica de émbolos y sifones. O eso, o es que los taiwaneses, como ciertas especies, apenas se mueven cuando les privan del sentido de la vista mediante las negruras de la noche cerrada, y no revuelven en los cajones a la busca de un preservativo, característica que, combinada con las hipótesis anteriores, culminaría en los bienintencionados deseos de las autoridades taiwanesas que aguardarían, también durante meses y dedicados a sus cosas de mayores, una llamada desde los hospitales del país para que ya pudieran encender la luz. Sexo por la patria, hijos por aburrimiento. Ignoro si los nombres chinos significan algo, o si pretenden reflejar algún carácter llamativo de la persona como los de los indios americanos; en ese caso, los listados escolares de la generación que me aventuro a bautizar, La oscura, sin que aquellas gentes tengan que agradecerme la idea, van a ser de lo más divertido, con apelativos tales como “Condón Caducado” o “Faltó Fútbol”, junto a otros que señalen rebeldía por parte de sus progenitores frente a una situación en la que se vieron inmersos por las ocurrencias de sus dirigentes, como podría reflejar “Maldita Ministra”, y no abundaremos más en el tema.
Yo sé que la máquina del tiempo no existe porque estamos aquí. Estoy convencido de que si Adán y Eva hubieran adivinado la que les iba a caer con Caín, Adán habría muerto virgen, por decirlo de manera que pueda ser publicado en cualquier periódico. Perpetuar nuestro ADN supone uno de los actos más irresponsables que pueda cometer cualquier humano. Ser padre o madre significa sentir miedo desde que se tiñe de color la tira reactiva, hasta el mismo instante en que te claven la tapa del ataúd. Sin embargo, los imperceptibles venenos de la concepción capitalista de la existencia fluyen también por los aparatos genitales. El régimen franquista necesitaba un aumento de la población española para disponer de mano de obra suficiente. Por ahí quedan fotos de familias que concebían a la madre como esa paradójica máquina de parir criaturas, a causa del retraso tecnológico. La mujer, y sus hijas, vivían una vida vicaria, una existencia prestada con permiso de la autoridad y mientras que el tiempo, su estrago, no lo impidiera mediante su punto y final. Hoy, tras aquellas revoluciones industriales decimonónicas, cuando la prole se convirtió en fuente de ingresos de la casa más que del hogar, acucia de nuevo la urgencia por traer otra remesa de mercancía humana a este planeta sobre-explotado para que pague las pensiones aquí y en Taiwán. Esta confusión de la familia con un producto nos extinguirá. Quizás la solución para salvar el mundo consista en regalar televisores y dispositivos de juego, y que se emitan programas multitudinarios durante las 24 horas del día, no al revés. Demasiados nacimientos se producen por ignorancia o por esclavitud como para que ahora cunda la idea de cortar la corriente. Los niños, además de venir con un pan bajo del brazo, tendrán que llegar con una linterna, vista la falta de luces que exhibe la clase política mundial.