Permítanme que comience un poco pedante. Valle Inclán planteó en su texto “Divinas Palabras”, ente otras cosas, el poder del misterio, la fuerza de ciertos términos que como un abracadabra operan su milagro. Así, el sacristán que aparece en esa obra de teatro dispersa a la muchedumbre enaltecida mediante el uso del latín de las liturgias. Tales expresiones actuaron del mismo modo que un crucifijo frente a los vampiros, según dicen quienes entienden de esos asuntos. El humano es incapaz de conocer nada que se escape a su lenguaje. No es el mundo el que nos pone las palabras en la boca sino al revés. Nada existe, nada es reconocible y comunicable, hasta que le asignemos su nombre tal como hizo Adán antes de la llegada de Eva. Pero nada es inocente en el universo que hemos creado desde que aquel mono decidió bajarse de su árbol para fastidiar al resto del planeta. Las palabras se van cargando de deudas al igual que nos sucede a las personas. No sólo nacen, crecen, se reproducen, mueren, resucitan e, incluso, se travisten, como el término “hortera”, por ejemplo, sino que además presentan su acné juvenil, su buen color de cara o sus arrugas y problemas de olor corporal. Este fenómeno es muy bien conocido por los publicistas que saben gestionar las percepciones y sentimientos de una determinada sociedad en un tiempo concreto. Escogen las divinas palabras que conducirán al pueblo hacia un camino u otro. Si hubieran existido en la Europa del siglo XV habrían incidido en que el producto estaba manufacturado en la ciudad y creado por el hombre; las gentes de aquel tiempo estaban hartas de campo y naturaleza que sólo les traía enfermedades, duro trabajo, hambre y bichos. Hoy, por mor de nuestra conciencia ecológica, casi nos quieren convencer de que los coches florecen en los árboles y los cruceros brotan del mar. La naturaleza acumula prestigio y los artificios, como el papel o la pantalla por donde corren estas letras, representan elementos fustigados por una connotación negativa.
Y aquí llegan los enteraos. El enterao es una víctima más de las características del lenguaje en el que todo quisque está inmerso como un pez en su acuario. Un día asistí a una conversación nada menos que sobre el, entonces, método experimental de extracción de petróleo; los contertulios, que ni eran ingenieros ni nada parecido, aludían a que quebraba la roca madre. Algo que suene así está claro que no puede ser bueno. La roca madre, fiuuu. Otra de las características del enterao es que suele saber aspectos del orden mundial que sólo él o ella conoce. La población terráquea al completo se halla presa por diferentes conspiraciones de las que nadie se percata, excepto esta categoría de humano que exhibe un escalón más en las etapas evolutivas. Por poner un caso, los elementos con colágeno o con bífidus presentan unas altas cotas de aceptación social por más que médicos y nutricionistas expliquen que esos productos no cumplen las funciones que la publicidad les otorga. Oídos sordos. Los enteraos iluminan sus conocimientos con la ciencia infusa que es una de las carreras más fáciles y rápidas para cursar en esta vida. Al mismo tiempo, y aquí dejan de tener gracia, dados sus amplios saberes provocan que volvamos a tener población infantil sin vacunar susceptible de contraer y contagiar enfermedades ya erradicadas. Los laboratorios, junto con el difunto Pasteur, y la totalidad de científicos no iluminados, han montado una confabulación con estos productos y, claro, los enteraos luchan desde su no participación en este complot. La muerte de dios en nuestra civilización ha provocado una curiosa venganza mediante el asesinato de la ciencia, y todos sus sacerdotes, por todo ese mundo enterao que, sin que se percate, escribe su propia biblia donde las divinas palabras juegan con él, antes que él con las palabras. El lenguaje actúa como aquellas sirenas que obligaron a Ulises al suplicio para evitar que la nave de su pensamiento se estrellara contra los arrecifes.