Una vez más, la política se confirma a sí misma como el arte de lo imposible. Podemos y Partido Popular se han puesto de acuerdo para nombrar una comisión que estudie las posibles discriminaciones de la mujer en el ámbito de la cultura; de este modo, el Ministerio diseñará programas de inversión adecuados a estas necesidades. La música suena bien pero no sé si este concierto tiene mucho sentido. Por supuesto que cualquier iniciativa contra cualquier discriminación debe llevarse a término con la mayor celeridad y eficacia posibles; pero donde menos desigualdades parece que se produzcan es en el mundo de la cultura, donde nunca he visto que se margine a alguien por el hecho de ser mujer u hombre, blanca o negro, alto o baja. Los parámetros de selección, desde luego, son muy diferentes a esos, y en todos los estudios, la mujer sale siempre mejor parada en asuntos culturales. No hay más que ver los índices de lectura generales en los que la mujer se lleva siempre la palma del triunfo como ser lector. Un día que fui a tomar un taxi, mientras todos los taxistas charlaban de sus cosas fuera del coche, una taxista leía su novela en el interior del vehículo hasta que yo le fastidié su tan fructífero ocio. Hablar del mundo de la cultura es como tratar la vida en una selva así a a bulto. Habrá que precisar hacia dónde encaminamos nuestra mirada y con qué tipo de juicio. La cultura no encarna un ente desgajado de la sociedad que la produce. Un entorno social genera un fenómeno que se albergará en una determinada faceta de la cultura. Hace algún tiempo un colectivo de actrices y actores negros se quejaban de los pocos rodajes en los que aparecían. Y la verdad, cuando me pongo a escribir un relato o un guión en mi mundo, nada racista, no aparecen simplemente porque me crié en una Málaga mono-étnica. Ni jugué ni conocí niños de procedencias ni etnias diferentes a las de mi barrio. En los textos de nuestras y nuestros jóvenes aparecerá esta reciente característica de la sociedad española de un modo natural y espontáneo. Las producciones culturales muestran una rápida capacidad de adaptación.
La cultura ni es machista, ni racista, ni patriarcal, ni feminista; la cultura es el espejo donde se puede rastrear los grandes conceptos generales de una sociedad durante una determinada época. Los condicionantes sociales hasta nuestros días han propiciado que en pintura, por ejemplo, hayan predominado las modelos frente a los pintores. No se puede condenar a Tamara de Lempicka porque también retratase mujeres, en lugar de hombres; en su caso, se trataba de darles visibilidad a esa nueva dama burguesa que anunciaba ya una época distinta para el concepto de lo femenino. Las tendencias literarias de consumo mayoritario en España, por poner otro caso, se encuentran bajo designio femenino; la inmensa mayoría de representantes literarias, como indica el adjetivo, son mujeres. Y en poesía, tan minoritaria, tan exquisita, no creo que nadie se plantee ningún género tras la emoción de un verso. Repito que las características culturales de una sociedad brotan desde sus condicionantes sociales. Las distorsiones pueden surgir cuando una comisión parlamentaria designe qué parte de la creación cultural tiene que ser subvencionada y cuál no, según parámetros de la llamada discriminación positiva. Si me centro en el caso de las artes plásticas en Málaga y comparo dos generaciones, la mía y la de mi hija, descubro, por mis criterios personales e intransferibles, que me gustan los pintores de esa generación nacida durante los sesenta; mientras que de la actual puedo enumerar nombres como Delia Boyano, Victoria Maldonado, Paloma Castro, María Vera, Hadaly Villasclaras o Florencia Rojas, por citar algunos nombres cercanos a mí. Si las condiciones socio-económicas cultivan la igualdad, la producción cultural se desarrollará por esos derroteros sin necesidades de interferencias de comisiones parlamentarias que pierdan su tiempo y nuestro tan valioso dinero.
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