Cierto día, durante la grabación de un documental junto a mis amigos Gaby Beneroso y Enrique Fernández, descubrimos que varias obras de Picasso decoraban el salón de un piso situado en un barrio modesto de una ciudad pobre. A pesar de que Picasso tenía fama de tacaño (pagaba todo con cheques que nadie cobraba para conservar su firma), colaboró con los exiliados de la República. Él enviaba obra, y ellos la vendían para sostener aquel gobierno refugiado en México al que aguardaba una segunda derrota cuando la ONU reconoció el régimen de Franco. Como en mitad de un bombardeo, cada quien se buscó la vida como pudo y hasta los niños que se encontraban concentrados en colonias infantiles, como la de Morelia, fueron abandonados a su suerte, de un día para otro. Una buena parte de quienes esquivaron las garras imperiales de la humillación y la muerte nunca regresó a España. Se vio obligada al olvido del hogar y familia que quedó en esta orilla del Atlántico, ya convertida en una inmensa prisión por donde paseaba la sombra de Caín. Aquellos exilios exterminaron toda luz en la memoria de quienes los padecieron. Manuel Altolaguirre imprimía poemas de Garcilaso o de San Juan de la Cruz, que su esposa, la también poeta Concha Méndez, vendía de puerta en puerta por la Habana para dar de comer a su hija Paloma. Un grupo de aquellos derrotados celebró un banquete en su piso de México D.F. porque una de las mujeres que con ellos habitaba vendió sus trenzas, rubias como el oro de la felicidad que repartió ese día. Aquellas personas se vieron obligadas a imaginar una vida nueva; le habían arrebatado incluso los paisajes que decoraban sus sueños. Ante el rostro sólo se alzaban los muros de niebla de la incertidumbre, y el miedo a padecer una constante huida del miedo. Sobre la voluntad de aquellos hombres y mujeres se imprimió el dolor que habita en la palabra exilio.
De nuevo, vuelve a hablarse de exiliados en España, pero ahora de calidad VIP y hasta con escolta pagada por todo el pueblo español, una en Suiza y otros en la zona también rica y separatista de Bélgica, imagen clara del fondo del conflicto generado en Cataluña, un tumulto organizado por los ricos que se quieren separar de sus pobres. Cuando yo era pequeño, las familias bien, tan distintas de las familias mal, enviaban su descendencia a Londres, que en aquellos años era lo más. El nuevo marchamo de modernidad consistirá en tener al niño o la niña en el exilio bajo la tutela de unos abogados, de entrevista en entrevista, y pasando las amarguras que tal situación implica sin esas estrecheces que invocan el desánimo. La familia real inició el camino y ya sabemos que la alta burguesía imita a la aristocracia. Aquellos perros flacos de la República comprobaron que el mundo se volvió una plaga de pulgas. Estos burgueses catalanes, magníficos comerciantes, han comprendido que el exilio es un negocio cuando se vende como tal exilio. Las acusaciones a las que se enfrentan estos nuevos héroes de la clase preferente se asemejan más a las que también mantienen en Suiza a otros conocidos de la mafia internacional, que a las que obligaron a huir a las y los luchadores republicanos. Los dirigentes catalanes usaron dinero público para quebrantar la ley; sin embargo, su fábrica de mentiras funciona gracias, entre otros motivos, a la torpeza con la que el gobierno de España se mueve entre los medios de comunicación internacionales y los entresijos diplomáticos. Esos exilios tan cool, tan ajenos al hambre y a las necesidades, esos refugios para plutócratas con mala conciencia disfrazados de héroes de las barricadas, exhiben la realidad del independentismo catalán, una república en el cielo platónico impulsada por una burguesía que odia la pobreza, y que pretende seguir habitando una metrópoli que explota a sus colonias del sur que, además, tienen que permanecer silenciosas durante los festejos sediciosos. Las hijas de uno de aquellos republicanos vieron a su padre una sola vez en la frontera con Francia, él les entregó unas obras de Picasso para que pudieran sobrevivir. La carta de un desconocido les comunicó su muerte.