El Ayuntamiento de Málaga no pierde ocasión en demostrar su poca capacidad organizativa. Ayer tocó la carrera maratón de Málaga. Nuestras autoridades deben pensar que cualquiera que saca su coche en domingo por esta ciudad, lo hace con gusto, es un pecador de la pradera, como remembranza del Chiquito, y merece todo lo que le pase desde que salga de su aparcamiento para lanzarse a una ciudad que, a la mínima, adopta un aire de caos circulatorio a lo metrópoli oriental. Ayer, nos tocó maratón, una actividad sana para quien le siente bien, y fantástica para quien le guste. No sé si alguien gana dinero con la organización de tal evento, lo que sí sabemos seguro es quién pierde. Desde las arcas públicas, un despliegue policial tan enorme como de dudosa eficacia se llevará un montón de fondos por curro en finde. Desde el monedero particular de cada uno, huyó otro montón de pasta en el gasto en gasolina por ir de atasco en atasco, como en juego de la oca, porque por malagueño le toca. Las calles se transformaron para miles de conductores en una especie de pozo perpetuo o de cárcel que reiniciaba el juego en la casilla de salida una y otra vez. Lo digo con toda sinceridad, qué civilizados somos los malagueños. Nadie perdió los nervios y embistió con el coche algunas vallas que cercaban un recorrido que rasgó la ciudad, como si las calles de Málaga fuesen las de Nueva York o Madrid. Pero las fotos quedan resultonas, y el nombre de ciudad de Málaga asociado a una maratón, sirve para hacer póster donde nuestros ediles figuren como si hubieran organizado un evento de primera magnitud mundial. Otra cosa, es el pie de acera, tan ajeno siempre a las fotos políticas como el mundo de Alicia, del mundo que padecía Alicia cada mañana antes de atravesar el espejo. Así, una maratón para Málaga no tendría que fastidiar a toda esa parte de malagueños que no ha participado y que, según me he encontré en los diferentes atascos, enumeraba también una multitud. No fui el único flojo de la ciudad que se vio obligado a coger el coche la mañana del domingo.
Una maratón traza un montón de kilómetos, no necesariamente un tipo de calle. La de Nueva York, tan famosa, tan imitada, comenzó por trazar una ciudad racional donde, curiosamente, los especuladores y los pésimos arquitectos urbanistas tuvieron menos peso que en Málaga, tal como demuestra su trama de aceras y edificios que ganan dinero en el plano vertical, pero en el horizontal permiten calles y avenidas rectas. Allí cortan para cualquier acto multitudinario una avenida de Manhattan, les quedan otras diez en ambas direcciones, y disponen de una pista de un montón de kilómetros que apenas altera el tráfico y que, además, se suma a un transporte público eficacísimo. Giremos la vista a nuestra Málaga. Nuestro trasporte público reducido aún depende del estado del tráfico en superficie, las avenidas son pocas, tortusosas en varios casos, mal conectadas con las calles adyacentes y atascadas con una cantidad de tráfico moderada. A estas características hay que sumarle el hecho de que el centro está revuelto por las obras del metro, faraónicas según su demora y, encima, ayer era un domingo prenavideño, jornada en que una gran multitud se escoró hacia el centro de la ciudad para ver luces y hacer compras. En este contexto, desconocido para el área de movilidad, se realiza una maratón que cortó durante horas varias de las principales arterias de Málaga y obligó a los conductores, atrapados el pozo de la oca, a lanzar sus dados una y otra vez, a la busca de alguna combinación esquinera que los librase de tal condena. Me dirigía desde Calle Jovellanos hacia Parcemasa. Tardé una hora en salir de la ciudad, y esto no es un recurso literario llamado exageración, tan caro a los andaluces. Una maratón, ya digo, exige una distancia, no un tipo de avenida. La misma competición podría haberse realizado por los polígonos industriales, que también son ciudad. A no ser que, como aquel capitán que encalló el crucero “Andrea Doria”, alguien quisiera que la novieta lo contemplase bajo el balcón a trote por las aceras. Unos disfrutaban la carrera, otros nos comíamos los obstáculos.