Los penúltimos acontecimientos de corruptelas, me refiero a los Villar y la federación de fútbol, demuestran aquel refrán español que avisaba hace siglos de que la ocasión hace al ladrón. Los tiempos corren de tal guisa que, incluso, permiten actualizar el dicho como la ocasión hace la corrupción. Cada época histórica ha tenido la suya porque cada tiempo propició sus ocasiones. Del duque de Lerma nos quedó otro dicho, para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado, en alusión de que el rey lo nombró cardenal para no verse en el compromiso de tener que juzgar a un noble. La ocasión. Sin embargo, los partidos políticos no abordan en sus propuestas una erradicación de causas de corrupción, entre otros motivos, porque sería lanzar piedras contra su propio tejado. Una erradicación efectiva de las ocasiones dejaría sin comederos a una buena parte de la clase política que ingresó en las filas de los partidos, Podemos incluido, con el único fin de medrar y conseguir prebendas, ya que en la calle son incapaces de lograr un trabajo decente. Imaginen para lo que serviría el currículum de Doña Susana Díaz, presidente de Andalucía, ocho millones de habitantes, una extensión como la de Portugal, si se atreviese a dejar el cargo. Y ese es el gran problema estructural de nuestra democracia, que la conducen políticos, en el sentido más estricto de la palabra, es decir, que son gentes de la polis, la ciudad, que aspiran a ese nuevo estado aristocrático que es el de político. Antes de cambiar la constitución, habría que modificar el código penal e incluso las estructuras del estado de un modo profundo y plantearnos qué debe ser estado y qué no debe ser estado, qué debe ser público y qué debe ser privado. Ahí, tenemos un último ejemplo con la federación de fútbol, un deporte con excesivas tinturas de espectáculo, con movimientos de millones que sonrojan frente a la inversión en educación, por ejemplo, y que es un negocio e, incluso, un campo más que abonado para que florezcan los fraudes a hacienda, corruptela privada, o los desfalcos y desvíos de fondos, corruptela pública.
Pero me preguntaba antes de empezar este artículo si el fútbol es necesario, incluso con interrogaciones que jamás me han gustado en un texto periodístico. Concluyo que sí, claro que sí. En primer lugar, al puesto del ahora encarcelado ya estarán postulándose por teléfono, redes sociales y almuerzos, sobre todo, almuerzos, una legión de aspirantes a, llamémosle, ocasioneros, sin me permiten el neologismo, por modernizar aquel arribistas y arbitristas con los que Quevedo bautizó a los miembros de esta plaga. En segundo lugar, es el nuevo opio del pueblo y el revulsivo para situaciones sociales. En ciertos barrios de Bilbao es complicado pasear con una bandera española; sin embargo, cuando la selección nacional -observen el adjetivo- de fútbol ganó el mundial, un montón de embravecidos se atrevieron a vestirse la camiseta roja y gritar la palabra España que tanto daño hace en los oídos de quienes prefieren destruir a construir. El fútbol es necesario, vale, pero en manos privadas como sucede en el deporte de elite en Estados Unidos. El Estado se estructura para paliar situaciones de desigualdad. El fútbol femenino, el fútbol base, el aficionado. A partir de ese nivel, el espectáculo y el negocio se conjuran para disparatar ese mundo de multimillonarios, ocasiones y ocasioneros. Pero ya digo, la semilla del mal es estructura en estos casos y con raíces profundas dentro de los estratos gubernamentales por muchos motivos. Ningún alcalde de gran ciudad puede permitirse un equipo local alejado de la primera división, aunque los colegios no estén climatizados. Pondrá billetes encima de la mesa y propiciará cargos públicos para tal efecto. Si España se declarara zona libre de fútbol de primera, no sé ni lo que sucedería en esas calles, a pesar de que nos hemos declarado país libre de ciencia de primera y no ha pasado nada. Por tanto, como cuestión de Estado nadie propone su absoluta gestión privada como si fueran peñas de dominó y nadie considera extraño el uso de dinero público. Claro que es necesario el fútbol.