Varios vecinos de Málaga han protestado por el ruido que generan las pistas deportivas de colegios junto a sus viviendas. El Ayuntamiento está obligado a defender ese derecho tan elemental que es el de estar en casa, con un libro en las manos y sin hallarse inmerso en una perpetua burbuja de chillidos y balonazos. Esa defensa municipal, sin embargo, interfiere en la realización de una actividad de baloncesto, sana que, incluso, puede ofrecer salidas profesionales a muchas chicas y chicos. La culpa, desde luego, no es de los vecinos que hacen muy bien en defender ese derecho al silencio, tan poco comprendido en nuestras esquinas. La culpa es de quienes día a día, desde Junta y Ayuntamiento, diseñan nuestras vidas. En cada decisión demuestran tanto su ignorancia como el desprecio por todas nuestras calles y organismos que no estén destinados a ser un escenario para turistas. La carencia del baloncesto de base malagueño es que se entrena y compite en las pistas deportivas de institutos y colegios, edificios construidos y equipados por la Junta pero, en el caso de las escuelas, mantenidos en parte por el Ayuntamiento. Y aquí brota la contradicción. Los diferentes escalones que nos administran actúan como si los euros les llegasen desde bolsillos distintos. La filosofía extendida entre nuestros políticos es la del brillo frente al adversario y no la del servicio a la sociedad. Así, ante cualquier inconveniente que aparezca en los centros educativos, como ruido, poda de árboles o basura, el Ayuntamiento saca la katana normativa y en lugar de convertirse en parte de la solución, se convierte en el principal problema por dos objetivos, el de desacreditar a la Junta de Andalucía y el de sacarle unos miles de euros a esos mismos colegios para que no puedan ser invertidos en, por ejemplo, el arreglo de los cuartos de baño o en la instalación de aire acondicionado o en libros nuevos. El del ruido es un caso más. El PP (A) contra el PSOE (A) y entre las trincheras los vecinos (MA). Y Cassá el de C’s sin enterarse de media misa.
La Junta construye los colegios en Málaga como chabolitas más o menos aparentes. El Ayuntamiento podría colaborar y erigir en esas canchas al aire libre unos pabellones cerrados para el disfrute de esos mismos contribuyentes que ahora sufren el ruido, y también de quienes van a contemplar a sus hijos en un espacio óptimo para el juego. Pero no, el Ayuntamiento se encuentra en guerra contra la Junta y no va a considerar las víctimas colaterales que ocasione tal conflicto. Ahí tiene dos colegios y un instituto denunciados como si la multa la pagaran los marcianos y no mermase las posibilidades de bienestar de un alumnado tan malagueño como la concejalía que los condena. Por otra parte la Junta tendría que modificar sus planos de construcción de centros de enseñanza, resueltos en edificios elementales. Como decía mi amigo Justo Navarro, uno se encuentra mejor en los grandes almacenes que en los institutos porque sus arquitectos son mejores. En Málaga, además, padecemos el mito del paraíso terrenal. Como si el frío esbozase apenas una estampa y el calor trazara una brisa cálida sobre el rostro, así en frase ñoña del to. En efecto, no vemos la nieve, pero el profesorado contempla a sus chaveas, en malagueño inclusivo, con los abrigos puestos durante un montón de días del invierno. Tampoco sufrimos el calor tórrido, pero ya querría yo haber visto trabajar a la plana mayor de la Consejería de Educación en la tercera planta de un instituto con terraza plana por ahorrar un tejado, o lo que es peor, con techos de chapa que jamás se retiran aunque se solicite una y otra vez. Las aulas tienen que estar abiertas, las voces se amplifican en los pasillos y es imposible mantener un adecuado ambiente escolar. Ante esta atmósfera torrefacta, la Administración recomienda abanicos como exhibición pública de inteligencia. Nos han construido una ciudad tan a medias que ni siquiera ha finalizado su catedral. Por tradición malaguita, no podemos pretender que los colegios se definan como espacios bien alzados hacia el interior y el exterior. Mantenemos políticos cortijeros, ineptos o ambas cosas.