Plurinacional

19 Jun

Pedro Sánchez apuesta por una España plurinacional, quizás como guiño a posibles votantes nacionalistas de su nación, quizás porque la prudencia sea una virtud poco valorada entre nuestros líderes políticos. El problema de España brota desde esa profunda y mantenida desigualdad entre sus regiones. Aquella España húmeda y seca de la que hablaban los libros de geografía podría traducirse como la España pobre y la rica. Gibraltar no es español porque sus habitantes disfrutan de un nivel de vida a la inglesa, esto es, con una renta per cápita que los impulsa cada mañana a entonar con fervor el God save the Queen. Los pasaportes se desean según sus beneficios colaterales. Casi todos los estados son plurinacionales por definición, excepto casos como Luxemburgo o Liechtenstein que no cumplen esa cualidad por una obvia falta de espacio. La patria se establecía para los romanos como el sitio en que habían nacido los mayores, los padres, por tanto conlleva una carga sentimental y una ausencia de precisión política a partes iguales. El estado es un modo de organización política y social con fronteras definidas, obligaciones y derechos. La ideología romántica decimonónica inició la identificación de patria con estado. Humboldt proclamó que la lengua es el alma de los pueblos y tal aserto contribuyó al nacimiento de Finlandia o Grecia, desgajadas de sus respectivos imperios ruso y otomano, a la vez que sembró semillas de reivindicación de lo propio en estados como España, donde el vasco, una de las madres del castellano, o el catalán, una de las hermanas del castellano, sirvieron como fulminante de una pólvora que ya comenzaba a basarse en la superioridad moral y racial de catalanes y vascos frente a al resto de degenerados peninsulares que no habían conocido la revolución industrial ni los parabienes que depara una sociedad donde prosperen amplias capas de clase media y burguesía. Durante gran parte del siglo XX, en efecto, la España seca sólo cobijó ganapanes bajo las botas de señoritos de fusta, caballo y una absoluta incapacidad para generar una riqueza que no se basara en la explotación de sus semejantes.

Fue Alfonso Guerra, tan socialista como Pedro Sánchez, quien alertó de que los nacionalismos catalán y vasco jamás cesarían en sus exigencias y amenazas al Estado. Un caso curioso de metrópolis que quieren separarse de sus colonias incómodas por pobres y subdesarrolladas, en buena medida por ese carácter de colonias a las que los economistas de Franco las abocaron cuando invirtieron los recursos del Estado en aquellas dos zonas y condenaron a la emigración interior al resto del país, patria, nación, sociedad o como cada quien quiera llamar a aquel cuartel que el generalísimo montó. Lo que siempre me ha resultado llamativo es que la izquierda no nacionalista defienda ese presunto derecho de los ricos a ser insolidarios con los pobres. La pobreza es fea, ya lo sabemos. Incluso huele mal y avejenta a quien la padece, pero dar la razón a quien exhibe como argumento que España le roba va más allá de toda lógica política. En efecto, tanto en País Vasco como en Cataluña, la cantidad de declaraciones de la renta que superan pongamos los 50.000€ es mayor que en Andalucía, por tanto aportarán más dinero a las arcas comunes. Eso se llama solidaridad social, el mínimo elemento exigible para la construcción de una sociedad moderna que no sea un charco de cocodrilos rabiosos. Y aquí surge la paradoja, las mismas formaciones ideológicas que llenan sus panfletos y mítines con sentencias alusivas al reparto de la riqueza y a esa imprescindible solidaridad que evite la guerra de clases apoyan las pretensiones de los ricos para dejar de compartir riqueza con los pobres. La eurofobia, el Brexit, los ultras en Francia u Holanda o las reticencias alemanas a una mayor integración económica son reflejo de ese mismo fenómeno, tan humano, que se llama egoísmo y que la propia izquierda de la internacional proletaria pretende adornar bajo el eufemismo de plurinacional.

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