La afluencia de turistas crece en nuestra Costa. Cada cifra pulveriza la previa con el mismo frenesí con el que los aviones aterrizan casi a la vez en el aeropuerto de Málaga, uno de los 4 principales de España y hasta de Portugal. Los alquileres de coches regresan a kilometrajes anteriores a esa crisis considerada ya agua pasada, en los círculos financieros y macroeconómicos. La mayoría de indicadores, excepto el déficit público, progresan adecuadamente como escolar de primera fila. Sin embargo, las y los vigilantes privados de nuestro significativo aeropuerto, objetivo terrorista, o las camareras de piso, las kelis, así en jerga cool y siempre en femenino, las que limpian, protestan contra unas condiciones laborales y salariales impropias para este nuevo vigor económico con el que nuestras tierras amanecen cada mañana. En ambos casos nos referimos a trabajadores con posibilidad de organización frente a una patronal definida y, al menos, con la capacidad para hacer oír su voz en algún foro y en la magistratura de trabajo. Como en aquel cuento de Calderón de la Barca, siempre vendrá detrás alguien que se coma las sobras que maldices. Esto es, no hay que darle muchas vueltas para imaginar las miserias que estarán sufriendo las y los trabajadores de empresas con relaciones y radicaciones más difusas como camareros de bares pequeños, dependientes de comercios sin marca o quienes limpien y mantengan este tipo de negocios. La Edad Media continúa vigente pero sin feudalismo, lo que en realidad era un engorro y un fastidio para los señores porque a las criadas o a los siervos de la gleba que vigilaran sus intereses y propiedades, siempre había que vestirlos y procurarles casa y comida. A partir de la llamada caída del Antiguo Régimen, la cosa fue mejor para los de siempre. Se entregaban unas monedas a los esclavos y estos tenían que alquilar casa, comprar comida en supermercados cotizados en bolsa y vestirse en multinacionales que dependen de grupos financieros. La jugada no podía ser más redonda. Escribanos y otros próximos a la corte mantendrían un aceptable nivel de vida, mientras que el pueblo, pues eso, a ejercer de pueblo que para eso está y ahora libre, sin vínculo con los amos.
La diferencia entre una sociedad y una charca de cocodrilos con himno, bandera y pasaporte, radica en la mutua protección que unos se dan a otros en la primera, mientras que la segunda sólo erige una especie de piscifactoría humana de donde las clases altas extraen sus prostitutas, órganos para trasplantes, segadores, fregonas y matarifes. No predico el comunismo ni de lejos. Las empresas turísticas tienen que generar beneficios, y nuestra Málaga debe exhibir los suficientes atractivos para que todo tipo de negocio realice inversiones seguras y rentables, pero no a costa de los sueldos de las y los trabajadores. El trabajo se realiza, no se padece. El modelo de ciudad diseñado por nuestro consistorio ha conseguido elevar el alquiler de la vivienda por encima de los 600€, y eso lejos del centro. Si a una cesta de la compra saludable y mediterránea, le añadimos facturas vitales como transporte, electricidad, agua y ropa, también adecuada, descubrimos que una trabajadora que contempla cómo llego de la piscina para irme a la discoteca mientras recoge y limpia mi cuarto, debe cobrar un mínimo de 1200€ en mano para sobrevivir. Mi ilusión de Estado, de sociedad, sería que también pudiera ahorrar para permitirse unas vacaciones y descansar la espalda como si perteneciera a la clase obrera suiza, luxemburguesa o sueca. El sector turístico malagueño debe representar un filón pero para toda la cadena productiva, lo demás es avance hacia el pasado de miseria e inestabilidad. Nuestros argumentos de venta del territorio se tienen que basar en infraestructuras modernas, seguridad ciudadana, sanidad medioambiental, calidad de nuestros productos, eficacia y profesionalidad del servicio y, sobre todo, en paz social, esto es, el índice de sonrisas frente al espejo con que cada ciudadano se levanta para cumplir con esa maldición bíblica del trabajo que, si permite vivir como personas, no como menesterosos, se hace menos infame.