Como si fuera una cucaracha bocarriba, en el buzón me esperaba una carta firmada a la limón por Ayuntamiento y Limasa. Recelo de sus intenciones tanto como de las del insecto que se finge cadáver. Intuyo algún pago imprevisto, alguna multa. Ni me fío de mis instituciones ni de estos paragobiernos suyos que califican al ciudadano como contribuyente, eufemismo moderno de pagafantas. La misiva se abre con un “nos es grato comunicarles”. Los romanos temían a los griegos incluso cuando llegaban con regalos, aserto que parece corroborar este trozo de papel que no se avergüenza entre mis manos. A nuestro Ayuntamiento, como brazo ejecutor de Limasa, le es grato comunicar a los malagueños que para aumentar la eficiencia del servicio, la recogida de muebles se prestará un día a la semana en cada barrio y, además, le es grato comunicarnos que la sanción por incumplimiento puede llegar a 750€, punto éste último que sí le es muy grato comunicarnos, con toda seguridad. O sea, al Área de Sostenibilidad Medioambiental, le es grato comunicar que va a inocular a los malagueños un fastidio más de esos a los que Limasa ya nos tiene acostumbrados. Si la idea de empeorar el servicio que antes se realizaba de un día para otro, incluso en horas, previa llamada telefónica, ha sido del concejal del Área, sobra la firma de Limasa, tras la que se esconde alguien que desde un puesto público, se dedica a deteriorar esos detalles que evitan clavos a la existencia de los ciudadanos, sobre todo de los más menesterosos. Si la idea ha sido de Limasa, empresa aún de servicios externalizados, el logo del Área no tendría que haber aparecido, a no ser que sus jefes quieran actuar como ese amigo de la niñez que le pegaba a quien se metiera contigo. Y desde luego, creo que, si no es como chiste dudoso, el adjetivo “grato” tendría que haberse evitado para comunicar un cambio unilateral de servicios públicos mediante amenaza.
Yo disfruté de otra vida más holgada que la actual y también, lo mismo que quienes redactaron esa carta, tuve un chalecito en zona residencial. Mi mala cabeza me ha exiliado, como penitencia como gran pecador, hacia un apartamento muy cuco y divertido, pero tan exiguo como el que padece la inmensa mayoría de los malagueños. En mi casa tiraba la basura cada tres días. En la esquina del jardín no molestaba y uno cuando tiene espacio se vuelve perezoso para salir de la propiedad. Ya saben, la vida galante y glamurosa de los barrios de familia bien que es para quien nuestro Ayuntamiento gobierna. No me afectaba una huelga en la basura, por ejemplo. Del mismo modo, cuando quería hacer alguna reforma, apartaba los muebles en el garaje o en alguna de las terrazas cubiertas. Era grato el contemplar las obras que mejoraban mi hogar. Ahora poseo 65 metros para desperdiciar mi vida rodeado de unos 1500 libros. Me desenvuelvo, como la mayoría de mis vecinos, en el espacio justo para que no me encuentren muerto contra una pared por ausencia de suelo. En los barrios, como Miraflores de los Ángeles donde me crié, las reformas no se iniciaban cuando la familia quería, sino cuando disponían dioses tan variopintos como quienes realizaban los oficios. El albañil venía cuando podía, el fontanero si no atendía otra urgencia más rentable, y el transportista de muebles cuando sabíamos que no nos dejaban sin cama. Imaginen un piso de protección oficial al uso con una familia amenazada para que mantenga los muebles hasta el día designado porque no puede pagar el servicio de retirada en domicilio. Arreciarán las descargas nocturnas de muebles en descampados y en puntos lejanos a los contenedores. La vida diaria en los barrios marca leyes que nuestros mullidos concejales ignoran por voluntad de ignorancia. Una maniobra quizás para abaratar este servicio y, así, hacer atractiva Limasa para otros socios que vuelvan a sacar dinero a los pagafantas de Málaga sin entregar nada a cambio. Para qué si al Ayuntamiento le será grato comunicarnos cualquier nuevo ataque a la ciudadanía que los dueños de la posible nueva empresa perpetren. Como este, con el grato auxilio de la autoridad y sin que la razón lo impida.
Efectivamente: cuando uno recibe una carta cuyos membretes son del Excmo. Ayto. y LIMASA rápidamente siente las célebres “mariposas en el estómago” de quien no sabe qué habrá detrás. Por muy grato que les sea el comunicarnos cualquier cosa sabemos que a continuación puede venir la “sorpresa”, pero en este caso, y no sabemos por iniciativa de quien, se nos comunica que ” los muebles y enseres que ya no nos sirvan se podrán sacar a la calle SÓLO EL DÍA QUE ELLOS SEÑALEN, incidiendo en que de no hacerlo así la sanción -pecuniaria, por supuesto- puede llegar a los escalofriantes 750 euros -que yo para mí los quisiera-. Ayuntamiento-LIMASA; LIMASA-Ayuntamiento: un tándem en el que no podemos discernir quién legisla y quién ejecuta -las órdenes, claro-. Supongamos que un vecino -desalmado, rojo, bolchevique y ateo- a quien le estorban los muebles que compró en 1965, decide deshacerse de ellos y en vez de tenerlos “en depósito” en su vivienda los baja una noche -nocturnidad y alevosía- y los pone en la acera, y justamente donde más estorben. ¿Cómo pueden saber quienes de ello se ocupan quién ha sido el malvado, si igual es una manzana -o bloque- de casas de seis o más pisos? ¿Nos someterán a todos a una prueba de ADN al objeto de crear un Banco de Datos para que no podamos escaquearnos? ¿Nos multarán a todos y sálvese quien pueda? ¿Se acusará al “presunto” de “ocupación ilegal de la vía pública” aunque no viva en la calle Carretería? Creo que el asunto tiene su mijita de guasa y que vamos a tener sillas, sillones, librerías, sofás, etc. por lo menos hasta lo que dure el Partido imPutado en el poder, o sea…