Casi a las mismas horas nocturnas en que un grupo de jóvenes destrozaba un hotel en Torremolinos, atravesaba yo la Plaza de los Monos (malagueñismo) asombrado por el desparrame sónico con que otro grupo de jóvenes extranjeros animaba cuatro calles adyacentes, quisieran sus habitantes o no. Como en una de esas repeticiones que afecta a los karmas, según dicen, me encontré idéntica escena protagonizada por autóctonos cuando mi camino, ya casi místico, me condujo a la Alameda de Colón. La existencia es una suma de casualidades. Pero yo no creo en las casualidades y sí en que uno termina en un punto porque pasea una calle que conduce a otra, que se cruza con otras dos. Lo mismo te pilla un coche porque te dio por la ornitología y vas mirando hacia arriba porque tu padre compró una enciclopedia y le regalaron ese libro de pájaros que tanto te gusta desde niño, que llegas a tu casa, te acuestas y dispones de otra propina de horas que dios te regala. La casualidad es hija legítima de la causalidad. Málaga está sembrando vientos de los que unos recogen beneficios y otros tempestades, lo que la Biblia señala como parte exclusiva del pobre. Que de la Torre inició una guerra contra los habitantes del Centro es un hecho tan indiscutible como la invasión de Polonia. Un zarpazo de esos contra los que no se puede reaccionar. Total, el Centro apenas acoge votantes por escasez poblacional y edad de sus moradores. Unos grupos de presión, cada vez más potentes, imponen sus intereses y sus principios urbanísticos que coinciden con los bursátiles. Así, la compra de inmuebles por parte de grandes carteras de inversión internacional conviene a un Ayuntamiento con enormes necesidades monetarias. Mientras más dinero, más cohetes y más fastos. La excusa es que hay que convertir Málaga en una feria. Pero las ferias se caracterizan por sus grandes dosis de falta de control y vomitonas por doquier, como en el hotel de Torremolinos o, imagino, en las fiestas antes mencionadas.
Pero otros modelos de ciudad son posibles. Así, Barcelona busca ahora el desactivar esa aluminosis habitacional que significa la proliferación de pisos para vidas volanderas combinados con la hostelería intensiva y sumados a un paisaje urbano de franquicias. La ciudad como escenario irreal que puede acabar en campo de guerra desolado por el tiempo como sucedió, y sucede, en Torremolinos. Pero Málaga engancha porque sorprende. Un grupo de profesionales médicos y biólogos, pertrechado de una sólida armadura vital, no sé si de medios, se ha entregado al estudio de enfermedades raras. Nuestro alcalde se enfadó mucho cuando Madrid defendió el traslado de la Agencia Europea del Medicamento a Cataluña sin que nadie mencionara Málaga, precisamente promocionada por su excelencia como callejero para bares mediocres, playas reguleras y museos al peso. La infraestructura hotelera existe, el cielo nos regala el buen tiempo, pero la investigación científica debe ser cultivada como el arbolito. Otra Málaga es posible, por ejemplo, como referencia médica mundial. Se trata de apoyar y promover la llegada de investigadores, laboratorios y clínicas para que tras ellos acudan quienes vayan a ser aquí tratados, junto con sus familias. La eliminación de impuestos para tan nobles fines, al tiempo que el desvío de tasas hosteleras hacia ese objetivo aportarían un capital que dibujaría nuestra ciudad y su centro bajo parámetros muy diferentes de los actuales. Cientos de bares y restaurantes, aunque ninguno entre los de renombre internacional. Miles de visitantes ajenos a aquel turismo de lujo anhelado. Si no es por Antonio Banderas ni siquiera se conoce nuestra Semana Santa más allá de las teles locales. Construcción y rehabilitación de pisos destinadas al tránsito humano atraído por el botellón doméstico y la permisividad ante el desvarío. Me pregunto si en breve saldremos en los medios también por el balconing o algo parecido. Otra Málaga es posible, si se pretendiera, claro. La causalidad ahora nos pasea por pésimas casualidades.
Otra Málaga es posible
10
Abr
Totalmente de acuerdo en las partes y en el todo; ahora nuestro buen Alcalde dice que va a reducir -o a intentar reducir, no recuerdo bien- el número de bares y «garitos» que infestan el Centro de la ciudad; estoy seguro de que si el primer paso fuera el pedir las licencias de apertura y los pertinentes permisos -y sanción a quien no los tenga- tales establecimientos se verían reducidos en un porcentaje significativo. Que sí, que todos tenemos derecho a tomarnos una copa -o dos otres-, charlar con los amigos, etc., pero no precisamente en mitad de la calle y a unas horas en las que los únicos que están despiertos son los murciélagos y los amigos de lo ajeno. Hace unos días iba por la calle Álamos, en dirección a calle Carretería, cuando me topé con un grupo de ¿personas? que tomaban tranquilamente sus bebidas y charlaban OCUPANDO TODA LA ACERA. Tras intentar -infructuosamente- que me dejasen pasar tuve que descender a la calzada y recibí como «postre» las miradas de «choteo» del personal. Así no…