Todavía permanecen cerrados 12 hoteles en Málaga símbolos de glorias costeras pasadas. El éxito también mata según pregonan sus recepciones vacías, cuando el cielo se atraganta o cuando las nubes volaban a ras de tierra. La torpeza de alguno de sus gerentes indica que también en el cielo existen ángeles ineptos de esos que arrastran una empresa hacia el infierno por su falta de luces. Por ahora, La Costa del Sol en general encuentra sus semáforos en verde para ese aterrizaje en el podio como uno de los destinos hoteleros de primer orden en Europa, si no en el mundo. Sin embargo, esos doce monumentos a la incompetencia, junto con el devenir de los dinosaurios que tengo en la mesa de lectura, sumados a aquel refrán de las torres más altas que cayeron, alertan de que lo que sube baja y, si lo que baja es muy gordo, hunde destinos e imperios. La Biblia lamenta ciudades como Ur de Caldea que no creo que alcanzase la mitad del censo de, por ejemplo, Miraflores de los Ángeles. Mayores lágrimas y pánico debería inducir la actual Detroit, joya de la industria mundial, lujo convertido en arquitectura, dos millones de habitantes de los que hoy allí permanece un cuarta parte de su población empobrecida. Desde la Edad Media los negocios se representaban mediante una nave en mitad del mar. Pero ya dejo el tono de profeta antiguo por donde navegan estas líneas. La hostelería malagueña es una de nuestras destrezas convertida en industria. Debo decir, sin que me ciegue la pasión, que Málaga delimita mi destino turístico preferente. Aquí estoy siempre a gusto. No es que pase ahora de profeta de negruras a bilbaíno con su ciudad onanista; la actual pujanza del turismo en Málaga se debe, entre otras cosas, a una hostelería cada vez más profesionalizada y con ciertos puntos de partida que la convierten en un valor que debemos preservar y mejorar, como soporte vital básico.
La industria turística contamina poco si se depuran aguas y se preservan especies como el chanquete o los atardeceres frente al sol sin ladrillos. Bien estructurada, dinamiza la agricultura, la industria alimentaria, la mobiliaria e inmobiliaria, el sector financiero e, incluso, la actividad médica y farmacéutica, como sucede en Cataluña de modo planificado. No obstante, este motor económico no genera en Málaga una cantidad de puestos de trabajo en consonancia con sus dimensiones y, lo que es peor, los sindicatos avisan tanto de la precariedad en un número significativo de contratos, como de los bajos salarios establecidos que se cobran. Así, ni los índices de desempleo ni el de la renta per cápita de nuestra provincia dibujan un área de desarrollo semejante a Baleares, por ejemplo, una de las más ricas regiones de España pero, sobre todo, con sus billetes mejor repartidos, el ingrediente para una sociedad feliz. Esta situación contrasta con que el servicio hostelero de nuestra tierra, en líneas generales, es muy eficaz y sus precios competitivos. Acabo de aterrizar de una capital turística europea donde no podía sentarme a la mesa a la hora que me diera la gana, donde la diferencia entre bares y restaurantes está tan marcada que no podía comer o beber según donde estuviera, o donde se negaban a servirme una cerveza cuando, según ellos, estábamos en el momento del café. Ninguno de los diez camareros junto a la barra daban la razón al cliente; como buenos profesionales se movían por la sala con la cabeza agachada para que nadie les importunase. Parecía yo por allí el director de la orquesta de Viena moviendo las manos y sin que me rellenaran la copa. El visitante aquí encuentra extensión en los horarios y facilidad en el consumo de lo que desee. Grandes virtudes de la hostelería malagueña. Si pretendemos una industria permanente, la calidad tanto de los productos como del nivel de vida de sus trabajadores, junto con la vigilancia sobre la especulación en este negocio, deben ser las vías por donde transiten todas las estrategias. Ahí quedan esas doce torres más altas que cayeron y Detroit.