Hay razones que la razón no entiende. Las imágenes en que vimos a un tipo golpear y arrastrar a una mujer cogida por el pelo exhibieron toda la brutalidad con la que un hombre puede desahogarse con una mujer. El tipo con numerosos antecedentes policiales por delitos que implicaban violencia, cumplirá 9 meses de cárcel por una agresión que horrorizó a toda España. Patadas, golpes, arrastre, más golpes y una ausencia de piedad que lo señalan como el indeseable que, además, vive entre nosotros porque nadie lo deporta. Sin embargo, la víctima no quiso declarar contra él y ni siquiera permitió que la reconociera un médico forense. Algo falla y mucho en la protección de la mujer frente a situaciones como estas. Conozco el trabajo que muchas y muchos buenos profesionales de diversas instituciones públicas realizan para intentar que las víctimas por esta violencia machista se sientan seguras de sí mismas y protegidas. Una labor quirúrjica. El maltrato en la pareja no es flor de un día. Es un arbolito que se riega desde chiquito. Una actitud ante las tareas diarias, leves insinuaciones sobre la inferioridad moral o intelectual de la otra persona que, día a día, aumentan su volumen en insultos que amedrentan y humillan, un guantazo por tu bien, dos guantazos, tres. Un tirón de pelos. Los colmillos que se exhiben. El cuchillo que firma el aire muerto del dormitorio. En un tiempo, la mujer se descubre enmarañada entre la enredadera de su verdugo doméstico. Las raíces quedan empozadas por más que la víctima contemple al señor de sus desgracias frente a la luminaria azul de la policía domado por unas esposas con las que no cabrá violencia de ningún tipo. Qué pena, que con llorarla crezca cada día un poco más la flor de la desgracia, versionando a Garcilaso. Esta víctima que no se atrevió a declarar era una mujer extranjera con el miedo en el cuerpo insuflado como un veneno perpetuo. Sabe las reglas del oficio de su pareja; en esos submundos el perdón es un trapo sucio en el suelo, la sangre limpia cualquier afrenta y, además, ella conoce el dolor de los golpes y el terror que infunden los ojos de un depredador cuando miran inyectados de sangre. Nadie en este mundo podrá darle seguridad en sí misma, ni devolverle una autoestima deformada con insistencia y método.
La erradicación de la violencia machista es una de las tareas más nobles en que nuestra sociedad se ha empeñado. Un sueño de Quijote contra molinos a los que debemos ver como gigantes; de otro modo perderíamos la ilusión a lo Sancho Panza. Hemos avanzado mucho en poco tiempo, pero aún quedan tareas pendientes como demuestran las alarmantes cifras que ya arroja 2017, o casos tan descorazonadores como el referido. Peor se siente uno cuando conoce a alguna mujer que se relaciona con un hombre con antecedentes por violencia machista. Hemos visto en las últimas semanas acercamientos de agresores declarados a sus víctimas, un problema que hoy se resuelve con dispositivos electrónicos. Hemos constatado mujeres paralizadas que no se atreven a iniciar el tortuoso camino para su independencia. No existe todavía un trasvase desde la sensibilidad con que la sociedad española contempla estas situaciones, hacia una solución integral de esos condicionantes que la mujer ha ido arrastrando hasta encontrarse en un lodazal sin salida. La atención de la mujer maltratada tiene que ser de ámbito psicológico, tecnológico, policial, económico y jurídico. Como lego en la materia, no comprendo el que aquella agresión tan brutal, grabada por unas cámaras, necesite la declaración de una víctima que se tiene que sentir sola y desprotegida en medio de una situación que no comprende y en una sociedad que apenas conoce y que redacta los autos del proceso en un idioma en el que ella no sueña. Nadie en su misma piel se fiaría de que tras el juicio su agresor no quedara libre por artes del birlibirloque leguleyo, ni confiaría en que el mismo Estado le ofreciera un trabajo en una ciudad alejada y con una identidad diferente y protegida. ¿A que no? Pues mientras esto no funcione así habrá que horrorizarse con la siguiente en la lista. Muertes de mujer, evitables.