El Ayuntamiento de Málaga, Francisco de la Torre, está obligado a decidir ya qué estatuto de empresa de limpieza urbana quiere para Málaga. Aquellos bombos y platillos con los que anunció su modelo de gestión mixta han sido transformados por el paso de los años y la práctica, en pitos y abucheos. Los actuales directores de la empresa ha conseguido que nadie esté satisfecho en Málaga con una gestión que ha traído huelgas y un permanente servicio mediocre de recogida de basuras que, además, es caro. Parece que lo que funciona en ciudades de tamaño similar, Zaragoza por ejemplo, en Málaga camina con pies distintos con los que, además, se patea al vecindario mediante inoperatividad, si me permiten el palabro. Cualquiera que pasee queda sorprendido cuando contempla a un trabajador con una escoba para recoger la hojarasca caída bajo una hilera de trescientos metros de eucaliptos. No sé cómo podrían mantener higiénica una urbe de verdad, de esas de las que su callejero abruma. A finales del siglo XIX se fundó el departamento sanitario de Nueva York para sanear sus barrios. Arrojaban la basura al Hudson por los muelles que rodean Manhattan. Su primer encargado consideró aquella misión como una lucha. Se situaba al frente de la cuadrilla, a caballo y vestido con uniforme blanco. Casi un superhéroe tipo Don Limpio contra la suciedad y los detritos vertidos por aquella congregación humana. El servicio de limpieza es esencial para cualquier entramado de calles; aquel comisionado se responsabilizó de los resultados al pie del tajo, donde los jefes de verdad muestran su valía. Un cruzado angelical contra las enfermedades que en aquellos años se propagaban como epidemias recurrentes por un trazado de avenidas que aspiraban a ser capital del mundo. Si dirigimos la vista a Málaga comprobamos que nuestros políticos saben poco de esas mismas aceras que el pueblo llano patea a diario que es quien soporta, por ejemplo, contenedores al paso abiertos y malolientes, de esos que da asco tocar la tapa y hasta arrojar dentro una basura más lustrosa que el arcón que la contiene.
De la Torre tiene poco tiempo para optar por un modelo para la gestión de ese pilar básico de la convivencia ciudadana. Un problema compuesto por múltiples aristas que, sin embargo, señalan al consistorio igual que los caminos a Roma. La vigilancia y el celo de distintos servicios municipales condicionan la limpieza urbana. La responsabilidad de que los excrementos caninos no sean recogidos del pavimento o de que los contenedores estén repletos de bolsas a cualquier hora excede los límites y posibilidades de Limasa y de cualquier otra empresa sea pública, mixta o privada. La política consistorial es laxa en extremo con las actitudes incívicas lo que contribuye a que Málaga no pueda verse limpia jamás. De vez en cuando, alguna campaña publicitaria de corto recorrido y ya está. En Vitoria no hay contenedores. Sus vecinos depositan las bolsas en un punto marcado y a determinadas horas. Los operarios recogen, friegan el suelo y la capital vasca ofrece un aspecto saludable todo el día. De la Torre tendría que marcar la limpieza pública como un objetivo esencial de su consistorio, un asunto que, por ahora, se halla en una categoría conceptual próxima al sexo de los ángeles. Si antes no se resuelven esa serie de fuentes de polución y desorden urbano de un modo decidido dará igual el modelo de empresa de limpieza que se elija, desde el punto de vista del aspecto con el que Málaga se sitúe frente al espejo cada mañana, una ciudad aún con demasiadas trazas merdellonas que, sin embargo, pretende vivir de su imagen. De la Torre tiene que decidir ya, si una Limasa pública o una privada. Ambos modelos tienen detractores y defensores, ambos modelos funcionan y no, en muchas otras ciudades, pero ya que el debate y las comisiones de estudio están candentes, roguemos para que Don Francisco vea la luz como Pablo de Tarso y pretenda una Málaga limpia como aquel extravagante jefe de limpieza neoyorquino, como si considerase este espacio un lugar civilizado, una ciudad, vamos.
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