He descrito alguna vez aquella viñeta sesentera del dibujante Serafín en la que varios tipos con aspecto rudo se enorgullecían de que su pueblo hubiera alcanzado un nivel cultural tan bajo que apedreaban el kiosco porque vendía librillos de papel de fumar. Igual que los lácteos, la civilización se manifiesta en múltiples formatos. La humanidad mejora sus luces a pesar de que los titulares parezcan desmentir este hecho cada mañana. Aún recuerdo los días de matanza en casa de mi abuelo. Una vez el matarife rodeó mis manos asidas al mango del cuchillo y guió con fuerza el corte en la garganta de aquel cerdito. Hoy, no sé si por viejo o por diablo, no podría ver imágenes de tal suceso. Disfruto del jamón, el embutido y de las buenas carnes de ternera pero la sensibilidad colectiva hacia nuestros semejantes animales me ha empapado y soy consciente del sufrimiento de los seres vivos. Una encuesta realizada en Nueva York hace ya algún tiempo reveló que los niños dibujaban una chuleta empaquetada cuando le pedían que describieran una vaca. Somos urbanos, nos hemos hecho civiles, ciudadanos. El buen instinto del hombre no se cultiva en los campos, sino en las terrazas de sus bares sobre pavimento, con una cerveza y un periódico entre las manos en lugar de un cuchillo. La altura moral de un país se establecía según la calidad sus cárceles allá por los años 50 del pasado siglo. Los presidios españoles eran deplorables. Hoy la calidad moral de una sociedad se puede medir según la sensibilidad que demuestre hacia sus semejantes, hacia los animales, plantas y medio ambiente delimitado entre sus fronteras. Tanto España como nuestra Málaga tienen aún mucho camino que recorrer para alcanzar niveles dignos. Aún somos demasiados rurales y el ser campestre mantiene con la naturaleza una relación de odio del esclavo hacia el amo. El buen salvaje pudo ser pensado por el suizo Rousseau porque añoraba la naturaleza desde un punto de vista urbano y civilizado. Una ficción útil como tópico.
Málaga pretende ofrecer la imagen de una ciudad culta mediante sus museos y la remodelación de fachada de parte de su centro histórico. Antes se pregonaba que Málaga era cosmopolita, cosmopolitas eran nuestros visitantes más que nosotros. Si Málaga quiere promocionarse como hábitat moderno y civilizado, como un lugar donde quedarse e invertir una existencia, antes que como una urbanización turística de paso, tiene que exhibir una serie de signos de civilización que aún quedan lejanos al, más que demostrado, breve bagaje cultural de nuestras autoridades. Así, el hecho de que la Protectora de Animales inicie este año con casi dos mil animales en sus instalaciones saturadas sólo indica nuestra incivilidad real por más museos que abramos. No somos nosotros los cultos, quizás nuestros visitantes. No se trata sólo de un problema de gasto público. El maltrato animal y el abandono en Málaga es una cuestión de desidia del área de medio ambiente que, bien entrado este milenio, aún no ha puesto en vigor una normativa que garantice los derechos de nuestros semejantes. Si los animales estuvieran identificados no se producirían abandonos, ni cachorros arrojados a la basura, ni organizaciones voluntarias que tienen que hacerse cargo de ellos, ni sacrificios pagados mediante los impuestos de todos. Una vez más nuestro Ayuntamiento camina ajeno a las necesidades de los vecinos y del signo de los tiempos. Una gran parte de nuestra sociedad es muy sensible a cualquier modo de desamparo de los animales, como quedó patente durante las inundaciones últimas cuando corretearon los mensajes de petición de ayuda y de oferta de auxilio para perros y gatos que habían quedado en la intemperie. Los malagueños hemos tomado esta senda de civilidad hace tiempo pero aún quedan reductos de bestialidad humana que consideran al animal un objeto. Nuestras autoridades, dada su indolencia, son cómplices y ayudantes necesarios de estas actitudes que escupen tinta sobre los párrafos de nuestro progreso.
“Disfruto del jamón, el embutido y de las buenas carnes de ternera pero la sensibilidad colectiva hacia nuestros semejantes animales me ha empapado y soy consciente del sufrimiento de los seres vivos. ”
Es un buen ejemplo de contradicción.
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