Promesas

2 Ene

descargaHoy, día 2, llega el momento de enfrentarse a los propósitos de enmienda y promesas realizadas hace pocas horas, justo al filo de ese círculo que caducaba con la exactitud propia de lo abstracto. El verbo “prometer” establece una relación difusa, que en estas líneas me invento, con el titán Prometeo, aquel que robó el fuego a los dioses para entregarlo a los hombres y que no anduvieran por esas esquinas pidiendo lumbre a extraños para encender cigarrillos u otras plantitas. Prometer nos iguala a los dioses, incluso a los profetas bíblicos a quienes superamos porque se nos entiende mejor. Nada de carros de fuego que bajarán al séptimo día tras la tormenta de estorninos, después del toque de trompetas de la zorronga de Babel. No. No somos tan surrealistas o no consumimos iguales psicotrópicos encendidos por el fuego del titán. Somos más elementales; por ejemplo, uno vestido con gorrito de Papá Noel, cubiertos los hombros por la caspa del confeti, instantes previos a esos cuartos tan confusos del reloj de Madrid y, no lo olvidemos, abotargado por caldos, mariscos y espumosos, pilla a su churri de la cintura y le espeta al oído cualquier fórmula con la que se compromete a ejercer, por ejemplo, el amor eterno. El caso es que Zeus condenó a Prometeo y, tal vez, debería de mandar un rayo de los suyos a cada mortal que se ampare en ese fuego de intemporalidad albergado en los futuros de todos los verbos de las lenguas del planeta. Sabemos de la caducidad incluso de unos meses de los que celebraremos en breves minutos su paso, pero no aceptamos nuestra condición efímera. No quiero amargar este lunes día 2, pero las promesas realizadas pueden asemejarse mucho a esos recibos de bares que uno descubre en la mañana tras la borrachera y que le iluminan el camino y el despilfarro que realizó durante esas horas cuando se creyó el amo del mundo, si no de todo el mundo, al menos del mundo de la hostelería local.

El humano pierde la conciencia de sí a la mínima ocasión. El primero que se bajó del árbol en realidad sabía que se estaba metiendo en un lío evolutivo que tenía sus más y sus menos, pero sobre todo que conllevaba conocer la sentencia de las horas e, incluso, tener que soportar a semejantes como los exhibidos en el Gandía Shore o los de MHYV, que pasan por ser de la misma especie. Pero bueno, volviendo al tema que nos pre-ocupa, nos creemos dueños de nuestros días y osamos realizar promesas, no sólo a los demás, lo que es un acto de soberbia, sino a nosotros mismos, lo que verbaliza una suprema estupidez. O sea, hace cincuenta años que me habito y no me conozco. A partir, de este razonamiento que contradice y mejora el aforismo griego, desconócete a ti mismo y la sabiduría bajará del cielo, sufro ese ataque de piedad que me conduce a un brote de amnesia que elimina cada promesa proferida por quienes me rodeen, salvo las que afecten al papel moneda. Y no es que seamos malos, somos pretenciosos cual titanes frente a los verdaderos dioses en los que creo, esas vueltas alrededor de la estrella madre que gira con la galaxia alrededor de vete a saber qué, que vaga por el universo. Frente a tanta desnudez, inventamos el futuro de indicativo, esto es, el modo en que expresamos sentimientos y acciones que consideramos reales, cuando no podemos asegurar ni siquiera la agenda de mañana día 3, y menos el deambular de 2017. Aquello de lo eterno debería de darnos risa, mientras rodeamos la cintura de la churri, lo que pasa es que seguro que nos guantea la boca. En fin, como la edad me ha enseñado a perdonarme y tener misericordia conmigo mismo, método seguro para ser paciente con el prójimo, mi consejo para este día 2 es el de olvidar y borrar todas las promesas hechas a sí mismo y a los demás, dada la inconsistencia semántica y morfológica sobre la que están articuladas, es decir, en castellano recio, dado que nacen de una mentira, de una mente por el tiempo irritada.

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