Don Francisco de la Torre está dispuesto a finalizar su mandato con el fin de culminar ciertas obras que considera fundamentales para nuestra Málaga. El mero anuncio de intenciones conlleva ya una especie de efemérides, tipo final de año, que exige el repaso de lo que cada quien considerará su gestión del municipio. Cada español tiene su receta de paella y de selección nacional de fútbol. Cada malagueño tendrá sus percepciones sobre nuestro alcalde, nuestro, nos guste o no. De la Torre ha sabido encandilar la mayoría del voto malagueño. Ni su sillón ni sus conceptos urbanos habrían aguantado tanto tiempo ni tanta presión por su impulso a medidas polémicas que han generado incluso conflictos. Ahí está LIMASA como prueba.
Tras una larga legislatura sancionada una y otra vez por el pueblo, Don Francisco ha salido indemne de alguna acusación de corruptela que le intentaron colgar, como el caso “Garabato” en el que una parte de la oposición pretendía ver oscuros intereses en la expansión de la ciudad en dirección hacia una finca de la familia del alcalde. Hemos alcanzado tal estado de frustración colectiva que el hecho de que un político sea honrado y no haya generado titulares de alerta es una cualidad noticiosa. Por otra parte su agenda y quienes han visto al alcalde casi en dos sitios a un mismo tiempo constatan una capacidad de trabajo y entrega a esta ciudad indiscutibles, lo que unido a sus capacitación técnica superior, su larga carrera política, y unos conocimientos sobre el plano urbano y características de las calles que podrían sorprender a taxistas y albañiles a pie de obra, lo convierten en su conjunto en un excelente candidato para presidir el consistorio, como así ha sido. Por ser ecuánimes tampoco se ha enfrentado a oponentes de una talla considerable. Cuando el currículum defendía la solvencia del candidato, era su propio partido el que ocasionaba la falta de votos como en el caso del prestigioso Pedro Moreno Brenes. El caso es que Don Francisco ha transitado una cómoda llanura ideológica, incluso poco alterada tras la entrada de C’s en la vida municipal. Es decir, la ciudad está construida según el trazado de sus deseos y, a veces, los deseos cumplidos pueden parecerse a una pesadilla rabiosa y de complejo conjuro.
La Málaga construida por Don Francisco se expandió hacia las afueras y olvidó su centro. Teatinos o las zonas de M. Carpena disfrutan de infraestructuras y construcciones modernas, mientras Lagunillas y zonas adyacentes a El Ejido exhiben no sólo la podredumbre de sus ruinas, sino un catálogo de marginaciones que comprende desde la falta de limpieza o vigilancia a la carencia de un acerado por el que una persona estándar pueda andar. Un concepto de ciudad. Se logran mayores ingresos mediante la recalificación de terrenos, que con rehabilitaciones y expropiaciones. A cambio la ciudad se convierte en un espacio más caro. Los servicios de policía, bomberos o basura tienen que incrementar sus gastos en carburante, por poner un ejemplo y sin que hablemos de contaminación o sostenibilidad. Al mismo tiempo, para evitar la despoblación de su zona centro, Málaga se ha encaminado hacia un modelo socio-económico neo-barcelonés, un decorado para turistas que Barcelona o Valencia se pueden permitir a causa del peso de los demás sectores económicos, pero que en Málaga provoca una especie de monocultivo que genera pisos en alquiler para visitantes y terrazas en cada local. Los vecinos se convierten, así, en un molesto estorbo para el ruido y las conglomeraciones de mesas que impiden el paseo para todo ciudadano que no es bienvenido si no parece una tarjeta de crédito ambulante. La Málaga trazada por el casi imperio de la Torre dibuja un circo con su andamiaje de cuerdas sin sujeción frete a vendavales. Una nueva burbuja turístico-inmobiliaria que ya sucedió en la Costa. Y, además, aquí con la ciudad marginal en el centro. Pésimo legado. Alcalde de unos más que de otros.