Recuerdo que, hace más de una década, cuando el inicio de la que después sería conocida como la época del ladrillo, las páginas de los periódicos insertaban, casi cada semana, un titular por la muerte de un trabajador en el tajo. Ir a la obra se había convertido en un viaje tan incierto como, por lo visto, ahora lo es la senectud, el hacerse viejo, sin que medie el cultismo. Con la llegada del invierno real, no el de los almanaques, regresan las noticias de luto, esta vez con varias ancianas como protagonistas. Una utilizó una vela para calentarse porque le habían cortado la luz por impago, otras, madre e hija de muy avanzadas edades, por el uso de una estufa eléctrica. Cierta madrugada de domingo aún recuerdo cómo reventaron los muros exteriores de un piso frente al mío; un señor mayor se había dejado abierta una llave de gas durante toda la noche. Vivía solo.
En las personas mayores suele regresar el niño que fueron; la peor parte del niño, claro está. La edad vuelve a uno temeroso ante cualquier cambio tecnológico, de espacios, de costumbres e, imagino que con ochenta añitos en el carné de identidad, los mecanismos cerebrales que regulan la capacidad de adaptación del ser humano deben ser cosa tan del olvido, como la distancia para el amor. Como escribió Garcilaso, todo se lo lleva la edad ligera, que, por supuesto, también arrastra la respuesta ágil ante cualquier situación peligrosa. Además, en España tenemos que sumar las características de esta generación que ahora alcanza los ochenta años de edad, en su mayoría viudas por caprichos de la genética, al rigor con el que las leyes de la existencia humillan a todo ser vivo. En general se trata de madres acostumbradas a llevar su casa sobre sus hombros, esto es, desde la cría de hijos y del marido, convertido casi en un adolescente perpetuo, hasta el ejercer como enfermera en los momentos de agonía del cónyuge. Al final de este período hogareño el premio se cifra en una pensión de viudedad que divide por dos la paga recibida mientras el esposo y cotizante vivía. Pobreza y estrecheces, por más que estas mujeres hayan sido durante toda su existencia las verdaderas heroínas del desarrollo social e industrial español, mediante su habilidad para el ahorro y la moderación en todo gasto que ellas conjuraban con el ejercicio de la costura, cocina y peluquería en el estricto ámbito doméstico. Y bien limpios y alimentados que llevaban a su prole, entre la que incluyo al marido. Una biografía como sirvienta del hogar oculta bajo el título de ama de casa. Ya lo dijo María al ángel, he aquí la esclava del señor. Y así fue.
Cada tipo de vida imprime un carácter. Muchas de estas mujeres están ahora temerosas del poco mundo visto. El mero hecho de disfrutar cualquier ocio en áreas que siempre les han sido ajenas es contemplado como una aventura épica a la que nunca se atreverán solas. Su ingreso en una residencia significa un proyecto traumático que les obligaría a modificar todos sus actos de vida, su concepto de intimidad y pudor y, sobre todo, a perder el sentimiento de protección que les proporcionan las conocidas paredes de su domicilio. Sus descendientes nos enfrentamos a la poca seguridad que sienten en sí mismas a causa de esa atonía existencial que padecieron.
Es una vergüenza que permitamos la combinación de edad y desidia administrativa. No tienen la misma categoría el mal traspiés azaroso que la muerte en una hoguera cuando no se dispone de corriente, o la muerte por el uso de calentadores inseguros sean braseros de carbón o su imitación eléctrica. En ambos casos, con suministro energético o no, se evidencia un desamparo absoluto por razones de edad. Que una persona mayor viva sola es como dejar a un niño en casa. La falta de experiencia puede ser tan letal como su olvido. A los municipios corresponde la vigilancia y, en cierto modo, la compleja tutela de toda esta fragilidad social. Nuestras madres han envejecido en un país que no es para viejos. Los titulares detuvieron las muertes en los tajos, esperemos que ahora sirvan para que se active la asistencia social a las abuelas.