Perros muertos

14 Nov

En un alarde de civilidad el Ayuntamiento de Málaga ha acordado no sacrificar en 2019 a los animales que albergue en su Centro Zoosanitario, actual eufemismo de centro de exterminio animal urbano y malagueño. Hasta que llegue ese año, unos 1400 perros y otros animales serán sacrificados, exterminados, si continuamos borrando ese hábito de eufemismo con el que con tanta frecuencia se perfuma la podredumbre colectiva. Lord Byron escribió que mientras más conocía a los humanos más quería a su perro. Signos de una cultura europea civilizada que primero enriqueció el espíritu y de ahí alcanzó la prosperidad en los bolsillos. Sin embargo, la relación ibérica con los animales ha sido, pues esa, la de las chacinas finas o la del animal doméstico como una herramienta más que se arroja a la basura cuando no sirve o no ha respondido a nuestras espectativas. Las imágenes de los galgos, tras la temporada de caza, colgados por los alambres que adornan caminos de esa ortofónica La Mancha revelan un concepto de brutalidad enquistada en esta tierra del secarral, casi imposible de reproducir o explicar en cualquier otro espacio al norte de los Pirineos, Cataluña incluida. Un gran poeta catalán me contó cómo le soltó un tiro a bocajarro a su perro una buena tarde en que decidió que era un “fill de puta”. Y adoro sus versos. España es rural en sus cimientos ideológicos y el campo y la naturaleza embrutecen al humano por más que los ecologistas de ciudad pasen en casas rurales sus fines de semana y otras fiestas de guardar. La avanzada Holanda, profundamente urbana y comercial desde hace siglos, ya ha alcanzado el sacrificio cero de animales en todo su territorio. Lo que demuestra que no es casual que sus leyes sobre los ciudadanos sean las más progresistas y humanistas de Europa. Quien bien quiere a Beltrán bien quiere a su can, reza uno de los pocos dichos españoles donde uno encuentra alguna ternura hacia el animal. La consideración hacia los humanos y hacia los animales nace de un mismo concepto de existencia y de vida. Quien no cuida de los animales tampoco quiere a Beltrán ni a sus semejantes.

No podemos extrañarnos que abandonen perros en las gasolineras o los arrojen a la basura si ya hemos visto que también lo hacen con abuelos y bebés. Una parte del ser humano arrastra la genética de Caín y contra eso nada se puede hacer, excepto aplicar las leyes que nos hemos otorgado para que la convivencia sea posible. Pero los efluvios de civilización empapan nuestra Málaga con una lentitud a veces exasperante, a veces cruel, como en este caso. Mi hija encontró en un contenedor de basura próximo a Cristo de la Epidemia dos cachorros de perro allí arrojados. Un problema moral al que no podía darle la espalda y que ha supuesto un esfuerzo suplementario durante varias semanas en que ha tenido que darles biberón con los mismos horarios que una cría humana. Cuando hemos llamado a las dependencias municipales, en efecto, nos avisaban de que un número de animales era sacrificado según consideraciones veterinarias, lo que es decir que esos dos pequeños perritos venidos al mundo para sufrir podían ser matados con mis impuestos a pesar del empeño privado de mi familia por mantenerlos vivos en contra de las trazas de su destino. Como ya digo, los problemas éticos en Málaga se resuelven con un retraso dañino para toda la ciudad. Los periódicos británicos que se editan en nuestras costas dedican varias páginas a información que atañe al mundo animal. Siempre leo alguna brutalidad protagonizada por algún indígena. Si el español sigue exportando esa imagen de bruto tocado por boina a rosca que maltrata con igual dedicación a sus mujeres y a sus perros, a ver luego cómo exportamos todas las virtudes que tenemos. Me sentiría más orgulloso de ser malagueño si se hubieran activado ya los cacareados controles de ADN para perros y estuvieran identificados como cualquier ciudadano para que el “fill de puta” como el que arrojó los cachorros a la basura pague con su multa lo que los demás vamos a pagar con nuestros impuestos hasta ese 2019 al que retrasan la llegada de la civilización.

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