Sequía. Otro año en el que miraremos al cielo de otoño rogando por una buena gota fría de esas que llenan pantanos como quien suelta un golpe de sifón sobre la copa del cóctel. Por cierto, me serviré uno de los míos, para abordar este artículo. Cuando me hablan de agua, lo primero que me entra es sed. Y cuando mencionan la sed, siempre me acuerdo de aquellos versos de Pedro Luis de Gálvez que, como buen malagueño, sabía un rato largo de campos amarillos. Si me permiten: “No tiene sed de agua ni hambre de pan, tiene hambre de oro y sed de champán”. Versos premonitorios, traídos al fango de este siglo XXI por el novelista Montero Glez.
Según avisan los responsables de las cuencas hídricas malagueñas, tendremos que llenar con champán los jacuzzis, y con destilados las piscinas. Nos quedaremos sin hielo y, de golpe, los combinados y la coctelería se volverán aburridos y calentorros, como concierto de bombo en tarde de agosto a la solanera. Una tragedia de esas que uno lee en la Biblia, libro histórico al margen de las creencias. Abraham nació en Ur de Caldea, uno de los primeros asentamientos urbanos sepultado por una sequía y llorado en poemones. Si nuestros políticos no fuesen tan iletrados sabrían que estos sucesos acontecen, así como sus decisiones los agravan.
Igual que aquellos versos, también me llega a la memoria el difunto Jesús Gil, presente cuando hablamos de sed. Uno de los puntos principales en su programa de asalto al poder en la Costa fue la promesa de construcción de una planta desaladora en Marbella que evitara los posibles inconvenientes que para el turismo suponen estos secos períodos meteorológicos. Su partido sabía que ese mero anuncio de una solución, aunque muy discutible, para un problema bastante más complejo, cosecharía votos entre los implicados en el sector de una hostelería que, además, durante aquellos años se encontraba en crisis.
Al final de este agosto, caracterizado por marcas en número de visitantes a la Costa y en aumento del gasto en el sector servicios, nos volvemos a encontrar con los pantanos vacíos. No hace falta ser matemático para saber que mientras más habitantes albergue la Costa, mayor consumo de agua. Las infraestructuras hídricas nunca se han adecuado con previsión de futuro y holgura. Cada gobierno nacional, provincial y autonómico ha brindado con agua-tónica y gotitas de gin sobre hielo, cuando llegaron las lluvias in extremis. Evitaban la toma de decisiones y los anuncios de obras polémicas que ejemplificarían cómo el agua nunca se reparte a gusto de todos. Una situación imposible que pretende un aumento continuo de la población flotante y fija de la provincia de Málaga, en mitad de un contexto de cambio climático que conlleva una disminución de precipitaciones constatable.
Igual que en cualquier tornillo, esta rosca también se pasa. Sobre el dólar leemos que América confía en Dios, pero es posible rastrear la influencia española en su determinación de a Dios rogando, pero con el mazo dando. Una actitud que aquí, sin embargo, se fosilizó en el refranero. Esa lección sobre Ur y otras plagas bíblicas impulsó a los americanos a construir una serie de canalizaciones que garantizasen un faraónico gasto de agua para Las Vegas, en mitad de un desierto, o para la megalópolis de Los Ángeles, con un cielo seco como el Dry Martini. En nuestra querida Málaga, donde vivimos del turismo de sol, playa, piscina, ducha, bidé y hielo en las copas, jugamos con esos dados a los que ni dios se atreve, como explicó Einstein. Las autoridades pronto rogarán que no nos duchemos y que introduzcamos botellas vacías en las cisternas. Uno de estos veranos llenaremos las piscinas de los hoteles con güisqui, con ginebra o con vodka por lo de consolidar el mercado ruso. Para mí con ron, por favor.