Este lunes está previsto que una plataforma que solicita la creación de un espacio verde en los terrenos de Repsol, entregue 30000 firmas que muevan la conciencia municipal. Uno no comprende por qué hay que gastar tanta energía cuando alguien pide algo para nuestra ciudad beneficioso desde todos los puntos de vista. Salvo desde el especulativo, claro está. Las ciudades con vocación de gran urbe preparan sus espacios para que sean habitables, para que, por ejemplo, se pueda andar por las aceras a la vez que uno charla con el amigo, o para que se pierda en un espacio verde sin necesidad de subir a los Montes de Málaga. De la estancia en Madrid, Londres o Nueva York, el viajero retorna en su maleta un buen número de sensaciones agradables respiradas en sus parques. Nuestro precioso Paseo del Parque, junto con los Jardines de Puerta Oscura configuraron un pastelito de florituras para aquel pueblo que delimitaba la Málaga de 1920, no para la urbe en que ahora se ha convertido. La política municipal del PP se ha centrado en la construcción de alcorques, esos cuadrados de unos ochenta centímetros donde se inserta un árbol. Cuando se suman todos, la cifra que aparece tinta a Málaga como una capital de verdor. Si no fuera por el mar que nos protege y la expansión visual de los montes que nos rodean, notaríamos el espacio asfixiado en que vivimos. Y ninguna de esas cualidades las debemos a los recientes consistorios. Hasta ahora sólo he mencionado zonas que fueron ajardinadas hace más de cien años. La ciudad ha crecido en los últimos 50, sumida en la filosofía de los parques de cemento jalonado de floreros, combinados con hileras de árboles en las aceras, esto es, la flora como ornamento y fuente de subvenciones europeas, antes que como surtidor de salud, no sólo por su efecto limpiador, sino por el impacto positivo que ejerce sobre los sentidos cuando está concentrada en un bosque donde podamos aparcar el ritmo sumiso de los semáforos.
Málaga es una de las ciudades grandes por donde peor se pasea en compañía. Muchos tramos de acera están calculados para ir en fila, lo que obliga a girar la cabeza en plan niña del Exorcista, o a continuar con la mirada al frente y activar ese volumen de voz que los malagueños hemos desarrollado con el fin, entre otros, de que la voz gire hacia atrás y nuestra o nuestro acompañante entienda la frase aunque la digas en alemán. Las idiosincrasias son producto del medio. Me atrevo a proponer como etimología churrigueresca de Calle Compañía, que era la única en que las parejas podían caminar como tales, hecho que resultaba imposible por ejemplo en Calle Salamanca, o ahora en Cruz del Molinillo, donde el ayuntamiento ha instalado un carril bici, vale, necesario, pero en el paroxismo por esta fiebre del árbol desperdigado por las calles, ha acompañado el carril bici por una hilera de árboles. Ha convertido toda esa zona en una espacio desagradable para el peatón que se ve constreñido ente la pared y los troncos. Un claro ejemplo de esta política municipal de verdes desvaídos sobre el asfalto. En Calle Villanueva de Algaidas, unos eucaliptos impiden que se vea limpio el suelo por más que los operarios de limpieza usen la maquinaria cada día para retirar el exceso de hojarasca sobre la acera. El mantenimiento de un bosque conllevaría un gasto que imagino menor que el de mil árboles diseminados que, además, molestan en mitad de las aceras. Un árbol en la ciudad no puede estar plantado en cualquier parte. La oposición, tan personalísima, del alcalde contra este proyecto de un bosque en una de las áreas más degradadas y destartaladas de nuestra ciudad no puede entenderse sino como una defensa de ciertos intereses inmobiliarios, siempre ajenos al bien común. Si los padres de la Alameda y el Paseo del Parque hubiesen pensado como Don Francisco, ahora tendríamos una Malagueta en esa parcela de la ciudad y aquel Paseo de los Tristes, quizás se habría llamado, Carril de los Estrechos.