Una iniciativa ciudadana corretea por las redes solicitando firmas para que el edificio de San Agustín sea habilitado por la Junta de Andalucía, propietaria de aquel enorme inmueble, según informan. San Agustín -y no me refiero al santo teólogo de Hipona- es sorpresa para foráneos e indígenas. Unos se extrañan de aquella fachada tan señorial y clausurada, y los otros no nos explicamos su abandono. Hablar a toro pasado es un modo de acierto bastante seguro. Esta petición que transita los caminos invisibles de la Red me recuerda aquella que a finales de los noventa reivindicó La aduana para Málaga mediante manifestaciones, manifiestos e incluso columnistas de cabecera sumados a aquel deseo. Cualquier día de estos nos sorprenden con su inauguración como pinacoteca. Podremos reencontrarnos con la obra de aquel grupo de pintores malagueños de finales del XIX desplaza de sus paredes por la obra del hijo artista aventajado de su colega Ruiz. El cambio de aquel Museo Provincial por el Museo Picasso supuso una bendición y, me atrevo a escribir, un acto de justicia con Málaga, pero se quedó a medias como otros tantos elementos en nuestra ciudad de los que la catedral erige un estandarte perpetuo. Este sinacabadismo, permítanme el palabro, tan frecuente en nuestra geografía urbana y casi en la espiritual. Ni soy arquitecto ni interiorista y repito que hablo a toro pasado, pero habilitar La Aduana para museo ha sido un error alentado por la busca apresurada de cualquier proyecto que acallase aquel vocerío de la ciudadanía. La Aduana fue concebida como almacén y su reconversión hacia habitáculo expositivo exige una modificación de tal magnitud que aún se encuentra cerrada a pesar del ya largo periodo de albañilería. El humilde San Agustín está pagando con su decrepitud aquella firma urgente de la ocupación del edificio fiscal a cualquier precio.
Imaginemos los salones del Picasso con pasos internos hacia San Agustín como museo de bellas artes e incluso arqueológico e histórico, con su iglesia dieciochesca en medio. Una finca singular como podría encontrarse en pocas ciudades. Yo ahora no recuerdo ninguna seducido por tanta oferta de cultura en tan breves metros. Ya es tarde para sueños. Con la calculadora en la mano me encantaría saber qué nos hubiera costado una y otra propuesta. En fin, toro e incluso agua pasada. San Agustín parcela una desidia ruinosa. Una ruina eminente, como expresaba una errata capturada al vuelo por mi amigo José Antonio Mesa Toré con quien anduve durante años los pasillos de San Agustín cuando cursamos Filología Hispánica. Construido como colegio de los Padres Agustinos, como la falsa moneda ha ido de mano en mano. Facultad de Filosofía y Letras, sede del curso de español para extranjeros, oficinas y almacén del entonces Patronato de la Generación del 27, ocasional cine-club de verano y, sobre todo, un edificio de inmediata evocación cariñosa para miles de malagueñas y malagueños que allí se cultivaron, trabajaron o divirtieron. Unas estancias de las que cada quien atesora una billetera de anécdotas en los abrigos plegados, un albergue para la intrahistoria malagueña tanto como el perfil del rebalaje, o el trazo de nuestros montes. Nuestra cultura va expandiendo su gentilicio con orgullo como constatamos durante la gala de los premios Goya. San Agustín debe constituir uno de los buques significativos de esa armada incruenta que defiende el sesgo de la identidad de Málaga. Ojalá prospere está nueva inquietud ciudadana y paseemos otra vez los patios de San Agustín.