Si cualquier periódico publicara un titular hoy, día de los inocentes, en que se leyese que nuestros líderes políticos habían alcanzado un pacto de gobierno estable, todos los lectores lo tomarían como una inocentada sin gracia y, además, muy evidente. No por la señalada fecha de su publicación. Nuestra clase política ha acumulado el suficiente desprestigio en sus maletines como para que ni con unas elecciones recién realizadas se libren de él. Este lunes, se va a reunir el comité federal del PSOE para decidir las líneas de pactos que el partido está obligado a firmar, dadas las variadas siglas que ahora componen el parlamento español. Los inocentes españoles veremos qué es lo que deciden por nuestro bien, Susana Díaz, en plan reina de la copla, ya ha clamado venganza por el agravio que sufrió cuando los Populares retrasaron su investidura. Esperemos que las demás sotas y reyes de la baraja socialista tengan mayor sentido de estado que esta especie de reina del cuento de Alicia, ávida de que le corten la cabeza a alguien. El partido socialista siempre ha demostrado su sensatez frente a los retos que España ha tenido que sortear a lo largo de su historia democrática. Si uno observa al voto con un poco de calma y ajeno al infantilismo dañino de la revancha, lo que la sociedad española ha elegido de forma mayoritaria es la moderación. Los sufragios del PSOE, PP y de C´s tienen en común su moderación y su lejanía de posturas radicales respecto, nada más y nada menos, a la unidad de España o a las políticas económicas que ofrezcan garantías suficientes para que las imprescindibles inversiones de capital en nuestro tejido productivo regresen con fuerza suficiente. Podremos proclamar todos los derechos sociales que se quieran y escribirlos con letras de oro en la Constitución española, pero si no hay dinero para cumplirlos serán palabras vacías. La sociedad española ha votado moderación de forma mayoritaria y así tienen que conducirla sus líderes políticos.
Quizás la encrucijada resultante de los comicios pueda parecer brumosa pero tal vez sea la más adecuada para poder abordar problemas enquistados desde casi la proclamación de nuestro sistema parlamentario. Por ejemplo ahora que ninguno de los grandes partidos tiene mayoría se presenta una ocasión de oro para abordar una ley de educación duradera que borre la vergüenza y el desatino que supone el hecho de que tres hermanos finalicen sus estudios con títulos basados en leyes distintas. Eso sería un reto que se alcanzaría mediante un consenso ahora imprescindible. Ventajas de la atomización parlamentaria. De igual modo, en la carpeta de las tareas pendientes quedan el código penal, reformas constitucionales, algunos encajes autonómicos o la modificación de las ley electoral. Cuando se han abordado alguna de estas cuestiones, su alcance ha sido efímero ya que se ha hecho casi contra el otro más que a favor de todos. Un Congreso multicolor tiene la enorme ventaja de representar diferentes sensibilidades que pueden aportar puntos de vista que conviertan la doctrina de 2 en acuerdos de muchos. La estabilidad social se encuentra en las normas y derechos perdurables más que en el bipartidismo que sólo aporta un equilibrio aparente. En Alemania gobiernan en coalición, desde hace mucho tiempo, los trasuntos de Populares y Socialistas. Más allá de la ideología de cada quién, ojalá veamos un gobierno en el que intervengan, al menos, los tres principales grupos parlamentarios. Una señal clara de que nuestros políticos van a hacer política y de que la negociación y la sensatez se habría instalado en los escaños españoles. El multipartidismo ha venido para quedarse. Por desgracia, cualquier noticia en el sentido de la cordura política sonaría a inocentada de lunes 28 de diciembre. Esperemos por el bien de todos que las guerras internas de los socialistas se queden entre sus trincheras y dejen a los españoles inocentes al margen.