Fascistas

14 Dic

Las palabras deberían de llevar adherida una palabra que, en unos casos, indicara su toxicidad, en otros su inocuidad, a veces su impertinencia y en otros su peligro por abuso. Ahora cunde la manía de calificar como fascista a cada quien cuyas ideas no gustan a otro que se considere a sí mismo de mayor solidez moral. Por ejemplo, si alguien defiende una economía de mercado en que haya una competencia y el ciudadano se vea obligado a depender de sus aptitudes y actitudes personales ante ese hecho de ganarse el pan con el sudor de su frente, es llamado fascista sin una mayor reflexión. La economía planificada en la que el Estado es el garante de todo debe ser considerada progresista y, por tanto, lejana al fascismo. Si revisamos la Historia del pasado siglo XX y trazamos un puente entre los fascismos alemán e italiano, lo que no sería legítimo del todo, vemos que uno de los puntos fundamentales del corolario ideológico nazi fue la protección social entendida como el Estado-padre que unifica e, incluso, uniforma a sus hijos. Hitler fundó una espectacular ciudad de vacaciones en la isla de Rügen para que 20.000 familias alemanas se solazasen con las vistas marinas del fondo. Sus ingenieros idearon el Volkswagen tipo 1, el escarabajo, que pretendía ser el automóvil oficial de cada obrero ario. Los acólitos de Mussolini, por su parte, alzaron un enorme número de las que hoy denominamos viviendas sociales. Pero Hitler fue el primero en caer en la cuenta de que sin dinero no eres nadie. No sólo planeó, junto con sus amiguetes, el robo y extinción de los judíos como método rápido para obtener capitales, sino la esclavitud del resto del planeta para que los rosados alemanes pudieran disfrutar de pensiones vitalicias y al sol. Lo de las razas, patrias y demás, fueron las excusas y argucias discursivas para contentar a los necesarios psicópatas de los que uno se debe rodear cuando pretende conquistar otras naciones en nombre de lo que sea y bajo la bendición de un elemento tan subjetivo y difuso como la patria. La guerra alemana pretendía la consolidación de aquellos progresistas avances sociales porque todos los derechos que se quieran son reales sólo si se pueden pagar.

El caso es que con excesiva frecuencia uno oye y lee la calificación de fascista usada con gran inexactitud. Aún recuerdo a un tipo que en Facebook insultó a los votantes del PSOE en Andalucía porque su opción política no había ganado las elecciones, lo que no significa que sus correligionarios sean igual que él. Aquel tipo se creía en posesión de la verdad absoluta y, bajo tan gran cobertura ética, se dedicó a tachar como fascistas a quienes habían trastocado su noche electoral. En realidad Franco fue un buen dictador. Realizó su trabajo con notable eficacia. Murió en su cama tranquilo e inoculó en buena parte de la sociedad española bastantes hábitos antidemocráticos e incluso antisociales que alcanzan a generaciones que ni siquiera nacieron durante la década posterior a su desaparición. En una sociedad democrática no se descalifica el pensamiento del otro ni se ridiculiza. Durante la campaña para seleccionar un candidato republicano para la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump ha incendiado e incendia aún las conciencias de muchos inmigrantes hispanos. Las pintadas y pasquines que se extendieron durante este verano por el área de Queens, la hispanilandia neoyorquina, llamaban al voto en contra o avisaban de que era un peligro para toda la sociedad. Su cocinero mejicano lo abandonó por coherencia racial e ideológica. El único insulto que vi lo dibujaba con cuernos de diablo. Tenemos muchos que aprender todavía sobre cultura democrática y ciudadana. Aquellos silbidos al presidente Rodríguez Zapatero durante los desfiles del ejército, o aquellas conferencias boicoteadas en las universidades cuando han acudido políticos de una u otra cuerda, no pueden ser vistos sino como imposiciones de un pensamiento uniformado que ni admite la autoridad democrática ni conceptos ajenos al suyo, una definición clara del fascismo quizás invisible para muchos por exceso de uso.

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