El mayor problema de España consiste en su facilidad para generar desempleo. No he oído a ningún experto que explique bien el por qué de esta característica que junto, con la tortilla de patatas, nos distingue entre las naciones de nuestro entorno, incluso más allá. Exportamos y exportamos, según estadísticas, pero el número de parados continúa en niveles de vergüenza. Pasamos del turista un millón al nosecuántos millones, permítanme el palabro, pero las cifras apenas se mueven. Desciende la población, todo sigue igual. Aumenta, y tampoco. Con reforma y sin reforma. Nada. Excepto durante aquellos años en que íbamos a urbanizar España entera, el paro se ha hecho crónico igual que los mosquitos tigre. Como todos los problemas complejos, exige análisis sosegados y soluciones caleidoscópicas. Sin embargo, el desempleo es utilizado como arma electoral por unos políticos nuestros que adolecen de no hacer política, actividad que exige hablar, esto es, emitir un mensaje en un código común que el otro reciba y comprenda. Ya escribió Larra que los españoles no hablamos. El espectáculo de Villalobos e Iglesias del otro día fue un buen ejemplo de hablar para sí. Vociferaron frases frente al otro pensado en quienes se hallaban tras la cámara, votantes, jefes o correligionarios. Una bufonada que se repite en asuntos como educación, estructuración del Estado o economía. La política es el arte de componer lo imposible mediante la palabra, pero el texto exige pensamiento, algo ajeno a los lemas y las consignas, propias del campo emocional más que del reflexivo. Inocular en la ciudadanía unos conceptos mediante carteles fue el gran acierto de los soviéticos, de los fascistas italianos, de los acólitos de Hitler y, en menor medida, del mínimo y mediocre aparataje propagandístico de Franco. La publicidad vende un mundo al que queremos pertenecer, la propaganda muestras unos ideales de los que se nos llena la boca y el ánimo, pero las ideas se desarrollan en silencio y no provocan emociones más allá del ¡eureka!
Oigo a un líder político explicar a los medios de comunicación que el trabajo es un derecho y, por tanto, la intención de su grupo sería la de legislar de modo que cualquier ciudadano se plante en un juzgado, exija su derecho y el Estado le dé inmediatamente un puesto de trabajo. Como los derechos son universales, se deduce que cualquier persona del planeta que acuda a un juzgado español podría exigir el mismo trato con iguales resultados. Pero claro, si es un derecho así concebido, sin que resulte de una combinación entre actividad económica y capacitación profesional, el despido queda sin efecto y la siguiente pregunta es por qué voy a ir a trabajar. Será que soy un mal bicho, pero si el Estado me ingresa un sueldo, no me puede despedir y, además, vivo en Málaga con estos maravillosos días y, como soy peor que el resto de los mortales, pues eso, me quedo en la cama hasta la hora de irme a la playa. Mi trabajo es vocacional pero mi cuerpo es flojo, y odia eso de que lo levanten a las 6.30 horas de la mañana. Hay dos seres que habitan en mí y siempre que tuviera la despensa llena, triunfaría el más vago. El trabajo es una maldición bíblica que el humano esquiva siempre que puede. Por otra parte, para qué va a estudiar nadie ingenierías, medicina, idiomas y todas esas cosas que exigen prolongados encierros durante décadas. Si el Estado tiene que pagar un sueldo a cada quién que lo demande, la diferencia salarial entre el puesto sin cualificación y el de alta especialización sería simbólica. Yo, por ejemplo, pediría un puesto de poeta que es, en realidad, lo que me más me gusta hacer. No sé dónde me habilitarían el despacho, ni qué me podrían exigir como rendimiento. De grandes escritores nos quedan pocas páginas. Ya digo, cuando se emiten mensajes mediante consignas, lo que se genera es confusión. El convertir en derecho exigible un castigo divino puede acabar en aquel chiste en que un empresario se dirigió a una manifestación de parados para ofrecer empleo a un manifestante al azar. ¿Tiene que venir usted a por mí precisamente? Un absurdo en bucle vendido como solución para una desgracia.
A título… México en las mismas
Con respecto a lo que le sucede a España se replica en gran parte del mundo, el sistema capitalista nos enviste con reformas liberalizadoras que segun ellos nos conviene para mejorar la competitividad entre los países, mas bien, se utiliza para llenarse bien los bolsillos a costa del porvenir futuro en que las clases medias logren una victoria en el terreno laboral eso seria la justicia que jamás llegará porque nadie puede romper con la inercia de la corrupcion que hunde cualquier nacion.
Si bien es cierto que debería ser un derecho y la obligación del Estado de protegerlos, entonces ¿por qué el gobierno gasta como si el país generará más de lo que gana?
¿Por qué no se reparte de manera equitativa la riqueza en el mundo? La respuesta sería que no existe verguenza y solidaridad con los trabajadores que dan el alma por el sustento de su familia.