La aparición de la Facultad de Bellas Ates en Málaga ha posibilitado, en una década, el arraigo de un buen número de artistas que solían quedar vinculados a Sevilla, Granada o Madrid, universidades donde habían aprendido técnicas, caminos de pensamiento y un método para enfocar la existencia que forjaba un eslabón entre un espacio y una ciudadanía piscológica, con mayor imán de añoranza que el que activa un DNI por nacimiento. La Opinión dedicó la semana pasada una página a Javier Artero, ganador del concurso Art para autores con menos de 35 años, un orgullo para la UMA y para esta ciudad en que se ha formado. La buena noticia, sin embargo, no es sólo esta pequeña conquista de Barcelona, sino que su caso no es el del genio solitario que podría surgir bajo cualquier circunstancia. La Facultad de Bellas Artes ha generado una nueva orografía artística en Málaga donde comienzan a destacar picos, pero insertos en una amplia meseta que garantiza la constante reaparición de momentos estelares durante esos procesos creativos de las y los muchos componentes de este nuevo atlas artístico malagueño. La Universidad ha hecho su trabajo y ha formado a sus estudiantes en la vanguardia de la creación como demuestran cuando acuden a concursos y becas externos. Sin embargo, el apoyo de otras instituciones y del capital privado aún es insuficiente para sostener una verdadera eclosión que sitúe a Málaga en podios de la altura de Bilbao o Barcelona, por más que estemos asistiendo a una primavera del arte malagueño. Si nos fijamos en el ámbito privado, los nombres se circunscriben a unos pocos héroes que con su iniciativa y dinero impulsan y miman este fenómeno. Así, Isabel Hurley, Javier Marín o Casa Sostoa, se han convertido en recintos donde el ciudadano puede disfrutar de estos nuevos senderos artísticos. Fuera de la capital, la galería Yusto y Giner en Marbella apuntala un pilar solitario del mecenazgo en la provincia. Un panorama mínimo al que, además, no acompaña un mercado de inversión en arte que sí funciona en las zonas más pujantes del país, donde una burguesía de larga trayectoria compra obra artística por tradición familiar.
Si evaluamos los apoyos institucionales, el soporte es más que modesto. El Ayuntamiento enloquecido con su rendición de la ciudad a los cruceristas ha arrojado toda su inversión cultural a museos de relumbrón, donde una obra expuesta, mediocre por necesidad, sólo vocifera al viajero una y otra vez que Picasso fue el único artista en nuestra tierra. Dentro de la inversión faraónica museística municipal no suponía ningún coste la apertura de una sala galería donde se diera difusión, incluso venta, a la obra de los malagueños según la proximidad conceptual con cada centro expositivo. Unos en Thyssen, otros en Pompidou, otros en el Revello de Toro o hasta en el MUPAM. Mención aparte merece la mirada de Ferando Francés en rima con el gran interés que el CAC y el MAD demuestran por esta joven fila de creadores. Los fondos que Diputación y Ayuntamiento de Antequera destinan al MAD debieran ser incrementados para evitar en el visitante ese aire de cierta provisionalidad que imprime en la retina aquella magnífica y palaciega sede no terminada de restaurar. De igual modo son insuficientes los espacios que Diputación cede para talleres de artistas, actuación que significa un gasto mínimo para las instituciones a la vez que una gran ayuda para las y los creadores que allí acceden. En pocos días, un malagueño, Javier Calleja, inaugurará una exposición individual en una galería moderna de Nueva York. Un buen número de expectadores situarán nuestra ciudad en el callejero de los sentimientos. Ese triunfo de Javier significa un pequeño avance para Málaga que, si la voluntad existiera, con ténica puntillista podría ir definiendo su perfil en ese mundo de la cultura internacional donde, por más que intenten convencernos de lo contrario, hoy no pintamos nada.
Justísimo artículo. Muy clarito y al grano. Coincido plenamente en las críticas a lo público y aplausos a los privados.