La Diputación de Málaga ha anunciado que quiere abrir un centro de capacitación hostelera más o menos al modo del Basque Culinary Center. Ya de paso, Elías Bendodo carga contra la Junta de Andalucía por su desidia en la atención de aquellos organismos de docencia culinaria que no sé muy bien por qué brotaron, esto es, La Cónsula, La Fonda en Benalmádena, y el CIO Mijas. Uno de los problemas que obstaculiza el proyecto de Diputación es el del título con el que el alumnado saldrá por las puertas de La Térmica, tras la cena de fin de curso y sus previsibles arengas políticas de autoelogio. Y aquí es donde al contribuyente le asaltan todas las dudas como si se hubiera sentado por despiste en un caro restaurante parisino. En esta misma Málaga a la que Diputación busca servir, la Junta dispone de varios IES con formación profesional reglada que certifican titulación oficial europea al alumnado que concluye allí sus ciclos de grado medio, superior o inicial. A nuestros dirigentes políticos se les suele inflamar la boca cuando hablan de educación; apenas rascamos un poquito en su cáscara, se ve la desidia que sienten. Por ejemplo, cuando los altos cargos de la Junta venían a Málaga almorzaban en La Cónsula, a pesar de que a muy pocos metros se alza el IES Jacaranda o, algo más lejos, el IES Rosaleda, ambos con formación profesional de hostelería. He comido tanto en unos como en la otra institución y no hallé grandes diferencias. Profesionalidad en el servicio, en el plato y en la enseñanza. Pero la vida es así. Unas consejerías tienen más peso que otras, unos políticos tienen más predicamento que otros y toda o todo dirigente lleva a su ojito derecho en la cartera de protocolo a quien hay que hacer un gesto. Según se ve, esos elegidos pocas veces se encuentran en la Consejería de Educación. Esas aventuras de la Junta de adscribir centros formativos a otras consejerías han culminado incluso en los tribunales. Y Diputación ahora pretende seguir eso mismos pasos o parecidos.
La administración pública española tiene como vicio su afición a multiplicar gastos para que cada quién conserve sus parcelas de poder. Ayuntamientos, diputaciones, autonomías y ministerios trazan una escalera donde no se ahorran peldaños pagados por los mismos bolsillos. En este asunto de hostelería la Junta organizó pequeños reinos para políticos en reserva. En efecto, el nivel de la restauración en Málaga no es el que debiera ser dado el componente primero de nuestro tejido industrial, el turismo, que siempre conviene de selección más que de masas. Cien puestos de kebab, por poner un símbolo de comida al paso, ante o tras la borrachera, no generan la riqueza, ni dinamizan la misma producción que unos pocos restaurantes. Cuando el viajero llega a la zona norte peninsular, o a Murcia, esa gran desconocida gastronómica, constata que la calidad media de cualquier restaurante donde se siente es alta. Al igual que sucedió en Francia, se deben combinar tres elementos para esa buena cocina: tradición, huerta y amplia burguesía. Ahora se suma la innovación. El auge del turismo no trajo a Málaga sino extrañas bullabesas, mantecas sustitutas del aceite y cartas à la meunière que impidieron el auge de nuestra cocina autóctona a la que tampoco acompañó una burgesía de capital estable, como la vasca, navarra o catalana que pudiese realizar esa inversión cultural que supone el acudir a un gran restaurante. Si Diputación quiere contribuir a paliar nuestro déficit de equipos de restauración de ese primer nivel, en lugar de abrir otro camino incierto puede contribuir con la Consejería de Educación a ampliar el que ya existe, mediante la organización de cursos, charlas, encuentros, eventos, dotaciones de productos autóctonos o becas para ese alumnado que ya se está formando por cauces oficiales y reglados. El catálogo de posibles actuaciones es inmenso y sale más barato que montar otra taifa a tal o cuales amigos. En cuestiones adminstrativas, la suma es más interesante que la multiplicación aunque sea de panes y peces.