Málaga se sube en la montaña rusa de las discusiones cada año por feria. Lo propio de estas fechas sería que se pusiera guapa, se vistiese de marenga o faralaes y exhibiese su sonrisa de sal bajo este clima y luz que nos acompañan de sobra. Pero no. Málaga se enroca en la discusión anual sobre las características de su feria por la simple razón de que jamás se ha definido con ánimo de perpetuidad ni qué, ni cómo, ni dónde, es la feria de Málaga. Esta que con tanta pompa y regular acierto se tildó como la más importante del sur de Europa. Depende de para quién estemos hablando. Recuerdo que fue el concejal de cultura, D. Antonio Garrido, quien prohibió hace una quincena de años, más o menos, que los caballos anduvieran entre las personas por el abarrotado Centro urbano durante las fiestas. Una medida de higiene y civilización con la que nuestra ciudad casi saludó un nuevo milenio. Algún cargo consistorial anterior, sin embargo, pensó que el mercado mayorista de Calle Alemania, entonces abandonado, podía ser una caballeriza. Y así sucedió durante años. El mal olor y la abundancia de insectos fueron un regalo ferial del Ayuntamiento a los vecinos. Esa ha sido la filosofía subyacente que aún rezuman las consideraciones municipales respecto a la feria. Parafraseando a un Lenin algo más divertido: Todo el poder para los hosteleros. O para quienes tengan algún interés económico en el evento, habría que añadir. Nuestra feria se caracteriza porque arroja a un cuarto plano de la escena a un buen número de malagueños. En virtud del Cartaojal, y otros fermentados de temporada, pierden todos sus derechos, incluso los humanos, conforme el primer cohete del pregón ilumine la bahía. No ve vieo qué zaborío. No sé lo que harán durante esos días y noches los habitantes de los barrios que reciben como cañonazos los decibelios que eructa el recinto ferial. Yo, cuando aquellos tiempos de las caballerizas, me exiliaba hasta el final de la juerga. Pero el primer derecho que cualquier ciudadano tiene es el de quedarse tranquilo en su casa sin que lo molesten más allá de lo razonable. Para definir la feria de Málaga hay que establecer antes qué derechos priman sobre cuáles. Y ahí está el cascabel. Y los gatos.
En uno de esos exilios, el de 1995 concretamente, terminé en una residencia junto a la feria de Santander. Unos días magníficos, no sólo porque música no significaba estruendo junto a mi almohada, sino porque a las doce de la noche, las luces se hacían tenues y la música cesaba del todo. El Centro de Málaga se ha ido poblando poco a poco desde aquella época de la borrachera urbana más salvaje del sur de Europa. La feria palmetea unos días de encuentros con amigos, de risas y de bebida. Por más que fuera mi deseo el trasladar aquí esos hábitos santanderinos, no tiene razón de ser. Mi tierra es esta y mi gente es de una determinada manera. Pero un ayuntamiento no puede permitir que los derechos más elementales de su vecindario se vean pisoteados. El Consistorio ha hecho durante los últimos años un esfuerzo para que la feria del Centro fluya por unos cauces de control. Recuerdo un bar que ya no existe en San Agustín que sacaba unos enormes altavoces que callaban a las diez de la noche, aunque los únicos que quedaran en el lugar fuesen los vecinos de dos plantas más arriba, quienes tenían que aguantar esa vejación porque era feria. La solución es compleja. Los intereses de los hosteleros del Centro también son legítimos. Nuestra ciudad vive del turismo y los bares. Tal vez una medida armonizadora consista en que sus beneficios queden preservados mediante concesiones prioritarias de casetas en el recinto ferial. Pero seamos sinceros. Hoy por hoy, a una gran parte de los malagueños le encanta pasar días de feria en su Centro. A las autoridades les incumbe y compete que esta querencia civil transcurra con la necesaria civilización, civilidad y civismo, por lo menos respecto a niveles de ruido y uso de esos retretes públicos tan ausentes en demasiadas ocasiones. Quizás los dos problemas obvios del Centro. El año que viene nos volveremos a ver en el tiovivo de esta ya larga discusión.
En Feria dices? Estimado José Luis, basta pasearse por la Paza de las Flores, calle Strachan o Santa María para tomar nota de quienes mandan en esta ciudad (a parte del Sr. Pimpi claro), y mucho cuidado que no son los turistas, a quienes seguro que molesta eso de tener que ir en “fila india” para pasar entre la marea de terrazas que invaden el paseo peatonal. Levó meses pensando hacer una coleccion de fotos para mostrarlas a nuestros dirigentes, pero ¿es que ellos no lo ven? Me pregunto como; no se trata de calle Lagunillas o La Cruz Verde donde no ponen un pie para darse cuenta que Limasa no pasa, ¡Es el Centro, es su barrio!!! Un barrio cada vez más comercial y menos historico