La semana anterior nos horrorizamos con el descubrimiento de la prostitución adolescente en Vélez Málaga. Una miseria que parecía lejos de nuestras fronteras, arraigada en el tercer mundo casi en exclusiva y justificada por la combinación de necesidad, esclavitud, ignorancia y billetes dispuestos. Pues no. Está en el jardín trasero de casa. Unos tipos organizaban la búsqueda de clientela muy falta de escrúpulos y de cualquier moral, y unas niñas salían de casa de sus padres para vender sus encantos. Por lo que se sabe hasta ahora, puede que haya alguna víctima de coacciones entre las chicas pero no parece que esa figura se pueda aplicar a todo el grupo. La corrupción de menores es innegable en cualquier caso. Las niñas, al menos algunas niñas, ya no quieren ser princesas. Es fácil que topen con depredadores que les pongan por delante una bandeja llena de caprichos. Tras la disolución de la Unión Soviética, el ansia de prosperidad económica, entendida como mera posesión de cosas, corrió como fuego sobre gasolina por todo el este europeo. A los pocos años de aquella caída del muro de Berlín, una encuesta reveló que un porcentaje impensable de escolares rusas señalaban la prostitución como un camino válido para conseguir dinero. Si no se producen coacciones y se realiza de modo libre, la venta de servicios sexuales puede ser un modo de ganarse la vida para muchas personas, sobre todo mujeres, pero también hombres. La única pregunta es cuándo se realiza de un modo totalmente libre. La falta de cualificación profesional, o de oportunidades laborales apetecibles abocan a muchas mujeres hacia esos ambientes con luces de neón rojas, como única forma de poder sacar su casa adelante con un nivel de vida adecuado que ellas cifran en la cantidad de euros que pueden gastar con su familia. No juzgo. La lección que este grupo de chicas malagueñas ha podido aprender es la de que no es necesaria ninguna formación, ni esfuerzo alguno para conseguir dinero, siempre que se tenga un cuerpo y la capacidad de reprimir el asco. Una enseñanza muy difícil de desactivar.
Las niñas rusas no querían ser zarinas y nuestras niñas no quieren ser princesas. Nuestro sistema productivo bombardea al ciudadano con escaparates repletos de bienes de consumo. Al mismo tiempo, un determinado tipo de medios de comunicación ensalza como heroínas sociales y princesas del pueblo a personas cuyo único mérito ha sido el de acostarse con un famoso de temporada y airear sus miserias allí donde se lo paguen. Pornografía de sobremesa. La que no tenía nada, ni era nadie y que rezuma ignorancia, se transforma en rica si le toca esa lotería de terminar una noche de juerga en la cama precisa. La pregunta de cualquier adolescente desorientada, cae como carta de destino sobre tapete: ¿Y teniendo yo mejor cuerpo, tengo menos capital? Así a modo calderoniano. Fiestas, teléfonos, ropa, zapatos, consolas de juego. Las actuales celestinas convencen desde el folleto publicitario. Jamás faltarán ni tipos dispuestos a pagar por irse a la cama con una lolita de la edad de su hija, ni tipos que consideren a las niñas mercancía pecuaria. La corrupción de menores encuentra un terreno propicio en grandes ámbitos de nuestra sociedad. Muchos de nuestros adolescentes confunden dignidad y autoestima con una capacidad de consumo, ahora frustrada para muchas familias que no pueden concederse un cambio de teléfono cada dos meses, o una compra de prendas de marca por cada estación. Si para un adulto es difícil resistirse a sacar la tarjeta de crédito frente al capricho, para algunos adolescentes es imposible. La sociedad española ha construido un sistema de producción y venta muy eficaz. Quizás entre la tornillería de esta máquina se ha olvidado de educar a la ciudadanía en una moral ajena a deidades, es decir, autónoma, que sitúe la dignidad y el respeto que cada persona se debe tener a sí misma por encima del dinero y de los oropeles de la fama efímera. Una lucha que siempre acompañó a la humanidad.