El estribillo de aquella canción que floreaba la gran Rocío Jurado se podría convertir en himno para buena parte de la humanidad. El miedo gusta. A mí no. Considero que la vida por sí misma carga con suficientes balas el rifle permanente que nos apunta. Pío Baroja, según Cela, tenía un reloj de pared en casa en el que se leía en latín: Todas hieren, pero la última mata. Cada clic del segundero nos empuja hacia ese destino donde todos nos bajamos. Pero la sensación de miedo llama al hombre como una fiesta en jueves. Los artilugios más peligrosos cosechan mayores éxitos de taquilla en las ferias. Vi a una chica llorar cuando bajó de una de esas atracciones a las que jamás subí ni subiré. Tras un breve consuelo sus amigas volvieron a ponerse en la cola de entrada con ella, supongo que por si aquella adolescente aún no lo había pasado suficientemente mal, a la que imagino una existencia dulce y calma. Las películas de susto, como les llamo desde pequeño, incrementan el número de espectadores según las posibilidades de que provoquen un infarto, o en su defecto varias semanas de insomnio. No he vuelto a ducharme tranquilo desde que vi “Psicosis” con doce o trece años. Y no creo que sea el único. La psiquiatría, mejor dicho alguna de sus escuelas, explica esa atracción que la literatura o el cine de terror ejerce sobre nosotros porque aportan una respuesta al más allá, incógnita sin posible de resolución racional y satisfactoria que, por tanto, se deja en manos de la fe o de la magia que al menos consuelan como una piruleta al niño tras la llantina por el juguete roto. Somos así, junto a la expansión cerebral de los homínidos llegó la amarga conciencia de la muerte. Lo que me resulta incomprensible es que en vez de fijarnos en la importancia del más acá, nuestros ancestros y nuestra especie casi siempre se haya preocupado de modo compulsivo por el más allá. La humanidad debe más sangre y dolor al concepto de dios que a todas las epidemias que han asolado nuestra historia. Somos un mono sin pelo con una imposibilidad genética para ser feliz. Un mono infeliz.
De la incomodidad con la existencia hablan nuestras supersticiones que abundan en ese deseo de pánico que tanto encandila a tantos. La última noche del año 999 de nuestra era, las iglesias de toda Europa se llenaron de fieles temerosos del final del mundo. El año 2000 también amasó buen número de profecías agoreras de libros que basan su éxito de siglos en el tinte negro con el que pintan cualquier futuro. Como no sucedió nada y seguíamos aquí, alguien encontró el calendario de los mayas quienes, hartos de hacer cuentas y señales en las piedras, finalizaron el mundo, o por ser precisos su mundo, en el 2012. Hubo que soportar películas sobre catástrofes, sesudos estudios que versaban sobre las maldiciones que destruirían nuestro planeta y otras elucubraciones en el mismo plan de alegría y buen rollito. Trascurrió aquel año enfrascado en sus afanes y su días pero la frustración para muchos de que el mundo no acabara ahí ha vuelto a invocar a los jinetes de un apocalipsis que se está haciendo de rogar. Ahora el fin se fija en las redes sociales en el 2015 o en el 16 para que así duren más las especulaciones y los anuncios sobre desgracias y confabulaciones. Como los aficionados a estos lutos se han quedado sin almanaques ni referencias librescas han acudido a los cielos. Anuncian sin vergüenza que todos los organismos internacionales están ocultando que un gemelo de nuestro sol viene hacia nosotros e incluso ya es visible. Por Internet corren vídeos que señalan a Mercurio o Venus en el horizonte confundidos con esa pérfida estrella a la que ya han buscado su predicción y nombre en un texto de los sumerios. Ya digo, para buena parte de nuestros congéneres la existencia se contempla como una mala película en la que sólo importa el desenlace. En efecto, las desgracias llegan solas como las estrellas errantes; cuando aparezcan sólo confirmarán lo evidente, que esta juerga sólo dura cuatro días y peor para quien no la aproveche.
Y si añadimos a los elementos,»la insoportable levedad del ser» IN-humano»el miedo nos acecha de forma excepcional y permanente.Trabajando de policía dibujante o como simple «paseante» de la propia vida.
Que Vd y todos, podamos pasear sin miedo!
(Puse mampara en la ducha, nunca se sabe!)