Mis amigos David y Elena han adoptado un perro y están comprobando la satisfacción que genera el hecho de cuidar un animal, a la vez que están descubriendo la grave desprotección que padecen los animales en nuestro país. Reproduzco dos anécdotas. Cuando se encontraban en el recinto de una protectora de galgos vieron cómo un tipo arrojaba uno por encima de la valla y salía corriendo con su vehículo para que nadie anotara su matrícula. En fin de año se encontraron una perrita por las calles de Fuengirola. La llevaron a casa e hicieron todas las gestiones posibles para devolver el animal con su familia. La policía local tenía roto el lector de microchips. En la clínica veterinaria pudieron leer el microchip y ponerse en contacto con su dueña que se negó a ir a recoger al animal porque estaba de fiesta. Es más, dijo al veterinario que soltara la perra en la calle que ya encontraría la casa. No recuerdo el nombre del estadista que indicó que el nivel de vida de un país se mide por el bienestar de sus cárceles. Podríamos decir que el nivel de educación de una sociedad se constata según el bienestar de sus animales y España, todas las Españas, en esta materia también suspende. La abundante población británica de la provincia de Málaga edita sus propios periódicos y usa sus propias cadenas de radio que emiten desde esta zona. Uno de los semanarios que leo con asiduidad, Euro Weekly, dedica varias páginas a noticias sobre animales. La emisora que oigo, Talk Radio Europe, incluye varios programas centrados en el cuidado de los animales domésticos e informaciones relacionadas con ellos. Por desgracia, con excesiva frecuencia, la ciudadanía española queda como ese grupo salvaje que aún somos por más que sólo una parte de la población sea cruel con sus animales. Pero es tan significativa que dibujan esa estampa de atraso cultural y de civilidad que tanto queremos que se borre del imaginario colectivo europeo para presentarnos ante nuestros vecinos como la sociedad avanzada que deseamos ser. Pero no. Obras son amores y no, aquí no vamos bien por más que cientos de voluntarios se esfuercen en paliar las barbaridades que otros comenten con los animales, como David, Elena, Karen y tantos otros nombres que conozco.
Perros de caza abandonados tras la temporada, cuando no asesinados con un palo entre las fauces para que mueran de hambre y sed, o colgados de un árbol por no haber sido eficaces. Mascotas dejadas en las protectoras a los pocos meses de haber sido regaladas como si no fueran seres vivos. Caballos comprados por exhibición de nuevo rico y soltados a su suerte cuando la burbuja en su estallido ha devuelto a más de uno a las alpargatas. Si a estas estampas le añadimos toros alanceados castellanos, bóvidos ensogados y con antorchas en las astas como hacen en la educadísima Cataluña, gansos descabezados por el peso de un tradicional mocetón euskaldún, o cabras arrojadas desde un campanario zamorano, el dibujo de los indígenas al sur de los Pirineos no puede ser más burdo, soez, inhumano y brutal. La visión general y apriorística del español aún sigue siendo más cercana a la del jovencito Frankestein que a la de Mozart. De hecho a Beethoven lo llamaban el Español como mote de su pueblo porque tenía andares simiescos y era un tipo chaparro y contrahecho. En Estados Unidos cuentan un chiste en el que un español junto a otros occidentales contempla un pájaro que vuela muy alto; mientras los demás reflexionan sobre leyes físicas, publicidad, o el concepto de belleza, el español busca piedras para matarlo. Esa es la marca España que permanece y que se confirma por la ausencia de derechos de los animales que se suma a una inexplicable, o explicable en este contexto, dejación de funciones de las autoridades que no comprueban que los perros estén convenientemente censados e identificados, que consienten el abandono de animales sin que ello conlleve consecuencias para quien lo realice, y que, en definitiva, confirman las peores apreciaciones que en el exterior y en el interior, tienen y tenemos de nosotros mismos. Antonio Machado decía que el español cuando usa la cabeza es para embestir. Y como embista bien, encima lo torean.