A las calles

22 Dic

Mariano Rajoy ha pedido a sus ministros que se lancen a las calles para predicar las bondades de su gobierno. Andamos en tiempos en los que es fácil azuzar contra el político, igual que antaño las autoridades lo hicieron contra el lobo al que señalaron como culpable de todos los males que asolaban el campo español, desde la sequía al latifundio, desde el analfabetismo hasta la ignorancia militante. Incluso Camilo José Cela, intelectual sólo en su época y espacio, avivó la hoguera contra el lobo mediante esa repercusión mediática que la prensa del movimiento le concedía. Tras el casi exterminio, la servidumbre y cerridumbre, sin me permiten, continuaron como señas de la identidad rural. El político, así a bulto, se ha convertido en el nuevo demonio al que es fácil conseguir que apedreen sin miramientos. Pongamos que estoy en un restaurante y veo a un político sentado en una mesa que yo quiero. Imaginémoslo junto a una chica y la botella de vino entre ambos. Sería fácil gritarle que nos estaba robando al pueblo y que estaba comiendo mientras la gente se muere de hambre por las calles. No creo que tardara mucho antes de que se formara una batida de cazadores oportunistas, como en cualquier bar de pueblo zamorano en aquellos años cincuenta de caza lobuna. En breves minutos, por incomodidad, la mesa del político estaría ocupada por mí y mi acompañante. El líder de Podemos, aseguró ayer en Barcelona que nunca lo verán abrazado a Arturo Mas ni a Mariano Rajoy. No son su tipo. Estamos en período electoral en medio de una profunda crisis y eso saca los nervios, sin duda. Pero no he podido evitar el recuerdo de aquel sofisma con el que se iniciaron un buen número de exámenes de filosofía en bachillerato. ¿Recuerdan? Dijo un ateniense que todos los atenienses eran unos mentirosos. La buena calificación era obtenida por quien cayera en la cuenta de que el que acusaba a los atenienses de mentirosos era tan ateniense como ellos. Un político acusa a los políticos de políticos. Ideologías y programas aparte, no parece un razonamiento adecuado ni en su estructura ni en sus consecuencias últimas.

En la historia de España precisamente faltan abrazos y sobran exabruptos, coces y muertos. Runrunea por ahí el abrazo de Vergara y poco más. Los pactos de la Moncloa en el inicio de nuestra democracia tampoco estuvieron mal. También recuerdo el abrazo entre Franco y Hitler, o entre Franco y Eisenhower. Un dictador aprecia los abrazos porque nadie lo quiere. Los políticos de la democracia se ve que son más torpes o se sienten tan niños mimados de sus votos que no necesitan el abrazo de la oposición. Un abrazo entre políticos significa que se han firmado acuerdos, que se han aproximado posturas y que una parte de la población no ejerce su dictadura sobre la otra. Esto es, que el ciudadano vive en sociedad, que un DNI y una bandera protegen. Los lobos certificaban que el monte estaba vivo y ejercían un papel importante en el ecosistema que se veía libre de plagas y epidemias animales. El humano invadía su hábitat en exceso y sólo era necesario un abrazo entre ambos como el de los documentales de Rodríguez de la Fuente para que se frenaran aquellos asesinatos. La sensatez conduce a los acuerdos y al buen gobierno por encima de las ideologías. No son los políticos quienes nos abocan a la ruina, son los malos políticos, que tienen nombre, o mejor dicho, ese modo de entender la política como el espacio de lo inmoral donde el poder otorga tarjetas de crédito a costa del sudor de las gentes. La prosperidad de los españoles llegó mediante la política, como modelo de gobierno frente a la dictadura. Tras estos años en que España era tierra de albañiles y de postulantes a nuevo rico de VPO, en efecto, es más necesario que nunca que los ministros, y los políticos en general, expliquen, no arenguen, sino expliquen por las calles sus ideas, no su ideología o sus dogmas de fe. Decía D. Antonio Machado que el español cuando usa la cabeza lo hace para embestir. La mayoría de los políticos actuales ejemplifican el vacío en sus discursos. O aparecen los políticos en la calle, o aparecerán las barricadas. No hay otra.

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