Se supone que la administración está fragmentada para que funcione mejor. El ciudadano constata con excesiva frecuencia que sus parcelas buscan sólo que un mayor número de parásitos engorde en terruños propios y sin competencia. Tenemos escalones que conducen desde el estado, la autonomía, la provincia y el municipio, hasta los bolsillos de los contribuyentes que, al igual que el dios cristiano, es uno aunque sean muchos. Si un malagueño quiere ir desde el Palo, por ejemplo, hasta Benalmádena, pero antes tiene que hacer unas gestiones en Teatinos, será transportado por la empresa municipal de autobuses, luego cogerá el metro autonómico, y finalizará sobre los raíles estatales de RENFE. El malagueño está obligado a llevar 3 tarjetas distintas o una carterilla bien nutrida de monedas para no quedarse tirado por esos andenes y plataformas de una urbe que pertenece a todo el mundo menos a sus legítima dueña, la ciudadanía. Nuestra Málaga sólo es la primera en el peligro de la libertad como tararea su escudo; si de algún progreso se trata o en índices de civilización y bienestar colectivo, pasa al furgón de cola con una rapidez que pasma a cualquiera por ausencia de explicación. A las diferentes administraciones que rigen nuestros desatinos se les cae la boca para convencernos de los innegables beneficios del transporte público y de que aparquemos los coches durante el mayor tiempo posible. La realidad urbana malagueña traza una sola ciudad casi ininterrumpida desde El Rincón de la Victoria hasta Marbella pero ningún gestor político trabaja para que esta calle enorme que nos une se transforme en eso, en una calle por la que se pueda circular sin interrupciones. Si alguien intenta desplazarse desde la zona de Martín Carpena hasta Guadalmar, un paseo, constatará que el único e inevitable puente sobre el Guadalhorce se queda sin acera varias decenas de metros antes de llegar hasta él, en la rotonda previa que no tengo ni idea de a quién corresponde su arreglo y su adecuación para que peatones o ciclistas recorran su ciudad sin peligro de muerte.
Así son las cosas. Los habitantes de otras ciudades pueden comprar una tarjeta que permite, por un precio adecuado, el disfrute del autobús, el tren de cercanías o el metro, mientras que los malagueños estamos condenados a tres tarjetas distintas a causa de un enfrentamiento crónico de las administraciones. Se amamantan del sudor de nuestra frente pero, como maldición bíblica, transforman este valle de lágrimas en camino de espinas por ineptitud. Los carriles bici están diseñados para paseítos de finde no para convertirse en alternativa eficaz en los desplazamientos diarios. Algunas zonas peatonales y varias aceras se han convertido en un peligro para el caminante a causa de los ciclistas que por ellas deambulan sin ninguna consideración. Los medios de transporte carecen de una visión unitaria tanto de sus funciones como del espacio al que están destinados. Tres administraciones nos gobiernan como monstruo de tres cabezas que se muerden entre sí y sólo se ponen de acuerdo para fustigar al ciudadano. Es inexplicable que el tren de cercanías no llegue desde Vélez Málaga hasta Marbella. Incomprensible que no se pueda salir a pie de la ciudad o que sus barrios estén incomunicados para el paseante. Absurdo que los carriles para ciclistas no sirvan para ir en bici. Indignante que al mismo tiempo en que se inauguró el metro, los malagueños no dispusiéramos de la tarjeta multi-transporte como cualquier habitante de un espacio civilizado. Ofensivo que Málaga no sea desde hace décadas un área metropolitana por la que el ciudadano se desplace sobre una red de transporte público, calculado para que no haya que añadir dos o tres horas a esa jornada de trabajo que el delegado, la consejera y la ministra responsables de la movilidad no cumplen si uno sopesa los frutos de sus leves desvelos. No puedo dejar el coche quietecito en el aparcamiento, no me dejan.