A pesar de la recuperación turística con la que ha sido agraciada la Costa del Sol y Málaga durante estos verano y veranoño de chanclas y castañeras, Torremolinos, sumida en aquella nostalgia de lo que fue, ha acentuado su pérdida de visitantes. Mal augurio para ese municipio turístico con nombre evocador, en su día, como Seishelles, Malibú, Ibiza o Bora-Bora, que se anclaron al imaginario colectivo de quienes buscaban bajo la magia de sus sílabas ese paraíso indeterminado que los humanos perseguimos desde los orígenes. Aquel pueblecito pescador y panadero, vivido por escritores como el americano sesentero James A. Michener, era un reducto de libertad en un mundo, no sólo en una España, intolerante con la diferencia moral y sexual del individuo. Con mucha gracia, la indiscutible reina del Torremolinos nocturno, Maite, me comentaba cierta noche (¿cómo no?) ante las fotos de su bar que jamás la molestó la policía de Franco, desde 1968, mientras que ahora la policía local ya ha llegado varias veces con el aviso de la hora de cierre. No deja de tener su punto irónico y descreído, como ella es, pero una buena parte de los empresarios de Torremolinos, junto con su ayuntamiento, no se percatan de que los tiempos son otros y tanto el viajero ocasional, como el ave que va buscando nido más o menos permanente, exigen diferentes escenarios más allá de los que sonaron a liberalidad y huelen a naftalina. El PSOE de Torremolinos pide que el consistorio elabore un plan que frene la pérdida de turistas, lo que se traduce en un plan que reinvente Torremolinos bajo parámetros que lo rescaten de esos estertores previos a la muerte en los que lleva sumida desde hace lustros. Un paseo por la sonora Avenida Carlota Alessandri muestra eso, que fue una avenida importante donde hoy no prospera casi ningún local relacionado con la atención a un público que por allí no cruza, salvo en coche.
Alguien ajeno al pueblo que solicite un mapa descubrirá un entramado urbano con poca o ninguna conexión entre sí. No sólo la orografía sobre la que se construyó determina esos extraños caminos, sino que para el habitante de la zona de los Álamos, quien viva en la Carihulea ya habita otro municipio al que no tiene por qué acercarse. Los vecinos de El Palo cultivan mayores vínculos con los de Avenida Velázquez si nos referimos a Málaga y a distancias mayores; sin embargo, esa indeterminación de Torremolinos como ciudad unitaria, provoca que cualquier negocio que se establezca en un área, sólo cuente con la población que lo rodea como cliente potencial, lo que implica que el lanzarse a la aventura pequeño-empresarial en Torremolinos adquiera tintes de suicidio salvo casos puntuales. Si no se abren pequeños comercios, la población no se estabiliza y al final, un pueblo como Torremolinos se convierte en casi un decorado, con calles solitarias por la noche y donde el turista en realidad sólo acude por sol, playa-piscina y precios bajos, la fórmula que vivificó a ese pueblo y que hoy va a ver morir, si sigue instalado en su inercia. Torremolinos padece una indefinición como localidad que no se soluciona con verbenas y romerías. Así se encontraba Málaga cuando perdió a Torremolinos como su barrio turístico. Según aquella configuración urbana, la capital tenía un par de hoteles de primera necesidad y ningún motivo para que el turista apareciese por aquí; sobre todo, si no quería sufrir un tirón de bolso. Una vez trazado el camino, estaremos de acuerdo con él o no, Málaga es una receptora de turismo de crucero, de cultura e incluso de simple ocio como el que acudía a la Costa; su oferta de restauración y de alojamiento crece en cantidad y calidad. Tras algunas décadas, Torremolinos tiene un modelo próximo, no sólo en Málaga, sino en Fuengirola, Mijas o Marbella. Caminos claros y modernización, a la vez que tintes de ciudad. Un reto necesario que exige el entierro del pasado a la vez que conseguir la permanencia de Maite en su trono como indiscutible reina de la noche.