De las lecturas de este fin de semana, destaco una reflexión de David Trueba quien en una entrevista publicada por este periódico señalaba que la gran lacra de España es su antigua y crónica falta de relación entre el poder y el talento. Alude a Estados Unidos como ejemplo de una actitud contrapuesta a estos usos políticos. En efecto, por encima de cualquier ideología, los mandatarios americanos acuden siempre a sus ingenieros y expertos cuando se hallan ante una situación de alarma. Aquí frente a algún problema se confiaba en la iglesia para que la divinidad sacara al pueblo del apuro. Los americanos aprendieron a confiar en sus inventores desde la guerra de la independencia frente a los ingleses. Tras el hundimiento de su economía en 1929 su gobierno adoptó medidas financieras propias de sistemas socialistas y de economía planificada, por encima de la obcecación en la continuidad del doctrinario de la libertad mercantil. La guerra de Cuba mostró a la marina española el poder de un acorazado frente a los navíos de madera. Los periódicos de la época cuentan cómo un torero en Madrid enfervorizó el patriotismo de la plaza cuando mató al toro como símbolo de que así terminaba con Estados Unidos. No nos encontramos en aquellos tiempos que Antonio Machado denominó de charanga y pandereta pero aún no nos hemos alejado lo suficiente como para llegar a ese estado de gobierno que Cicerón preconizaba en su “República” donde explicaba que la felicidad de los pueblos florecía cuando los reyes eran sabios o los sabios gobernaban. Una idea que confluye en la aseveración de David Trueba, que si se considera acertada lo lleva a uno a concluir que el problema de España es el de que a la política no acuden los más cualificados sino los que corren tras intereses de uno u otro signo. Así, nos encontramos con legiones y legiones de políticos que fuera de sus pequeños pesebres de poder no son nada ni nadie. Oí al ex-presidente Rodríguez Zapatero calificar de clasista a un entrevistador que le afeó que un presidente del gobierno, como él, no supiera más idioma que el castellano.
Si a un presidente de un país tan complejo no se le puede pedir ni cultura será complicado distinguir entre una panda de taberna y el Consejo de Ministros. El mayor defecto de los mediocres se basa en su conciencia de mediocridad y, por tanto, en la necesidad de recibir consignas y de asegurarse de que quienes los rodean también repetirán esos lemas como papagayos. La razón y la idea siempre están lejanas a las frases hechas y a las fórmulas pre-establecidas. Un cargo de Izquierda Unida peroraba en un programa de televisión nacional sobre el derecho a decidir del pueblo catalán, así, como letanía. Me resulta llamativo que el vocero de un partido que se califica como filo-comunista o similar defienda que la metrópolis se separe de sus colonias, o dicho de otro modo, que se reconozca a los ricos su teórico derecho de no tributar por su riqueza para que ese dinero, producto de un comercio protegido con los pobres, tampoco se reparta entre los pobres. Al final los representantes del proletariado protegen los intereses de los señoritos del monóculo, la chistera y el Liceu. En versión malagueña. Si los vecinos de Cerrado de Calderón consideran que pagan demasiados impuestos y una buena parte de ellos se dedican para cubrir necesidades en La Palmilla, podrían también, mediante consulta democrática, eso sí, constituir su propio municipio e incluso estado tipo Mónaco. Frente a esta situación la izquierda malagueña tendría que prestar su apoyo por simple coherencia con sus postulados nacionales. El proceso soberanista catalán no es sino el deseo de los ricos de continuar con su comercio con las colonias, esto es, el resto de la España pobre, pero sin pagar el IRPF tan alto que le corresponde por ingresos altos. La izquierda de nuestro país bendice esta idea con un proceso federalista o independentista incluso. El miedo a perder el comedero de nuestros políticos justifica la razón de cualquier sinrazón y hace comprensible entre ellos mismos toda incoherencia.