La joven que denunció haber sido violada volverá a los juzgados mañana martes. Ahora como imputada por haber realizado una acusación falsa desde el punto de vista forense. Una cosa es la verdad y otra, la verdad jurídica. Este caso, por repudiable, excitó más allá de lo conveniente la verborragia de la cíber-masa. La respuesta ante una situación incomprensible suele ser sorprendente. Los muchos ensayos que nos legó Michel de la Montaigne se sintetizan en una frase que él mismo escribió al paso de no recuerdo qué anécdota: ¡Qué ser más maravilloso es el hombre! Cada una de estas sílabas transparentaba la emoción de quien lograba ver de pronto el universo que se extendía ante él, tan sencillo en la cuadratura de sus círculos. Aquella acusación en mitad de la fiesta extrajo desde el fondo de nuestros pozos mentales comunes el racismo, el clasismo, la arbitrariedad y ese ánimo de venganza, tan incompatible con el de justicia, y que tan fácil arraiga en el hombre. El fondo de nuestras aguas permanece legamoso. La mínima marejada lo enturbia. Un miedo indefinido, los preceptos morales que reclaman la reparación de un error, un estado psicotrópico e incluso psicopático, la venganza a causa de una ofensa imprecisa o un vendaval anímico que se desencadena sin aparente aleteo de mariposa, pueden llegar a conjugarse hasta disparar una denuncia contra otro ciudadano, un acto tan reprobable como el que dio origen perjuro al caso que nos ocupa, pero por desgracia humano, demasiado humano. Si la justicia no hubiese aplicado sus parámetros al margen de otras consideraciones, los acusados habrían visto su existencia tan destrozada como si la denunciante los hubiese atropellado en mitad de la noche. Si cada uno de nosotros hubiera tenido en alguna época de su vida el botón que destruyera a alguien, foco de nuestro odio, no creo que anduviéramos muchos por aquí. Yo lo habría apretado varias veces sin que me hubiera preguntado nada a mi mismo sobre la justeza de mi acción.
Pocas cosas hay nuevas bajo el sol. Recordemos las enseñanzas bíblicas. La cabeza de San Juan el bautista, primo de Jesús, se exhibe en una bandeja de plata con más o menos pormenores morbosos según la época artística a la que acudamos. El relato narra una vulgar por recurrente trama de odio, indolencia y deseo que finaliza en un crimen. Sin meterme en honduras teológicas supongo que tales brasas caldearon la traición de Judas o al fratricidio de Caín. Por virar hacia aguas más cercanas en tiempo y en espacio, uno de los motores del proceso soberanista, racista y elitista catalán fue arrancado por una serie de amantes despechadas que empezaron a aflorar els negocis bruts, sucios, de una parte de la dirección política catalana que anhela una frontera cómoda dentro de la que se contemplen con indulgencia esos pecadillos financieros. Cualquier redacción de cualquier periódico conoce bien las pequeñas miserias humanas que empujan a pasar información comprometida sobre quien se quiera hundir. El guión siempre arranca desde la misma esquina, esto es, el cóctel que amargue a quien antes era amigo, novio, esposa o compañero. La delincuencia sucumbe frente a la inexactitud en el reparto de los beneficios. Y ahora nos encontramos con un caso chusco en el que una sinrazón pudo arruinar la vida de otros ciudadanos. De nuevo se impone la calma y la prudencia frente a las reacciones que provoca la parte ahora acusada, la chica. Sus días tampoco van a resultar indemnes tras este huracán y no me refiero a la probable condena a la que tendrá que hacer frente. Un asunto tan turbio como humano. En esta situación sería conveniente tanto la aplicación del código, como del manual de psiquiatría moderna, la toga junto con aquel viejo diván de Freud que no acaba de quedar obsoleto del todo, por más que sepamos que no descubriremos nada novedoso del comportamiento de una especie siempre imprevisible pero movida desde su origen por los mismos resortes.