Idiomas

21 Jul

La sociedad española se ha dado cuenta de golpe, como en tantas ocasiones, que tiene que conocer otras lenguas, me refiero a idiomas, más allá de este tesoro en el que nos comunicamos, y que nos une a una comunidad de unos quinientos millones de personas, pobres en su mayoría y circunscritas a una zona, vasta y basta, pero una y, repito, repleta de menesterosos. Si a esto sumamos que la inmensa mayoría de los pocos premios Nobel de los ámbitos científicos con los que cuentan las comunidades hispánicas han desarrollado su carrera en Estados Unidos. Y si consideramos que el comercio y la tecnología mundial se transmiten en inglés, dada su extensión por todos los continentes, ya habremos concluido por qué hay que aprender inglés, nos guste o no. Yo he oído vociferar a algún que otro nostálgico de Quilapayún, grupo por fortuna desconocido por los menores de cuarenta, que él se negaba a estudiar la lengua del imperio, a pesar de su condición de profesor y hombre muy culto, que lo es. Los pueblos son hijos de su historia. Para el español medio de una determinada edad, la carga ideológica que conlleva el aprendizaje del inglés, significa una pequeña traición a ciertas utopías e ideas que en los años sesenta se expresaron en francés, lengua hermana con estructuras oracionales parecidas, que la generación de los cercanos al Mayo del 68 estudiaba como un modo de percibir una ventana abierta en medio del tufo a incienso nacionalcatólico en el que se ahogaba. Por casa de mis padres aún se conservan varios ejemplares del Paris-Match de aquella época. Yo sufrí en mis carnes cerebrales el estudio universitario de aquel pensamiento francés sesentero que escribían los rumanos allí exiliados y que aquí llegaba traducido por los argentinos. Aún no sé si no me enteré de nada porque aquellas ideas fabulaban un vacío del que mis profesores no eran conscientes cegados por tanta modernidad, si es porque para los rumanos ex-comunistas era muy compleja la escritura en francés, o si la puntillá la daban los argentinos que traicionaban con gran profusión de párrafos la lengua de Cervantes.

También soy de los que creen que los pueblos son responsables de su historia, además de hijos de su devenir. Así, cuando aquellos pocos españoles que habían podido estudiar en generaciones anteriores, se educaron en el francés e incluso en el italiano por gracia de Mussolini, se encontraron con que aquella república idolatrada como espacio de libertades y fraternidad se convirtió en el refugio de los asesinos etarras y en el mayor impedimento para que el campo español se desarrollase. Al odio hacia la lengua inglesa hubo que añadirle la decepción por la francesa, junto con la lejanía del alemán, y no hablemos del japonés o el chino. La sociedad española, así a bulto se ha sentido cómoda durante décadas en mitad de un espejismo que le susurraba que no tenía que aprender ningún idioma puesto que su lengua es la tercera del mundo, y creciendo, jalonada por obras literarias fundamentales para la humanidad. Cierto, pero tras la crisis se ha roto el espejito mágico. Las naciones hispanas no son lo suficientemente ricas como para mantener parcelas de comercio a nivel mundial que eviten a las empresas esquivar la mansión del inglés. Las exportaciones e importaciones se tarifan aún en este idioma y casi siempre en dólares. Si la Armada Invencible hubiera cumplido con eficacia su cometido quizás, sólo quizás, estaríamos ahora refiriéndonos a otra lengua como idioma franco de las naciones. Lo peor es que si seguimos las trazas del devenir europeo, el alemán habría sido la elegida con casi toda probabilidad y, según parece, dado que los mismos visigodos abandonaron su idioma cuando conquistaron Hispania y prefirieron el latín que se hablaba en la península, no tiene que ser nada fácil de aprender desde el español como lengua materna. Así que todo el mundo a aplicarse este verano y a aprender inglés para cumplir alguna de esas promesas navideñas como la de perder kilos, o la de dejar de fumar.

Una respuesta a «Idiomas»

  1. Está muy bien que se estudie el inglés, pero de todos es sabido que cuesta mucho tiempo, no es nada fácil y a veces muy decepcionante cuando llegamos a Inglaterra y nos damos cuenta de que no entendemos nada. Yo puedo leer y escribir, incluso hablar un poco, pero me cuesta entender. La solución sería el Esperanto, idioma que domino desde hace años y que está extendido en todo el mundo, aunque no tanto como sería de desear. Lo que si puedo asegurar es que se puede aprender paralelamente con el inglés u otros idiomas. La satisfacción de hablarlo es inenarrable. Sólo hay que probar.

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