Un concejal de cultura que se va, un concejal o concejala que viene. Lo nuestro es pasar. Pero lo suyo, por seguir con los posesivos en las teclas, es dejar huella en el camino, sobre todo si uno se dedica a la cosa pública. El área de cultura en Málaga, a pesar de que en el imaginario colectivo se llama así, de cultura, abarca además turismo, educación y juventud. Ello imagino que conlleva el que quien mande se tenga que preocupar de que los jóvenes sean educados y viajen, o los deportistas sean jóvenes, o la gente educada haga deporte, no sé. El área une elementos que pueden combinar bien si se agitan en la proporción y con el tacto necesario; también pueden acabar sirviendo un cóctel desastroso y descompensado en el uso de los ingredientes. Una de las características de nuestra ciudad es la de su personalidad indefinida. Frente a Sevilla, Córdoba o Antequera cuyos nombres evocan imágenes como el mago saca cartas ante el espectador atónito, Málaga necesita su fotografía completa para aludir a sí misma. El cenachero, quizás nuestro símbolo más socorrido, no es más que la imaginería escultórica de la pobreza y de aquellas maneras de vivir que no daban para vivir. Málaga padece un proceso de despersonalización arquitectónica y urbanística desde los años ochenta que ahora se ve profundizado con la metamorfosis del centro histórico hacia decorado como de parque comercial. En ese plato combinado que mete en la misma olla turismo y cultura, una se ha supeditado con toda claridad al otro. Nuestro Ayuntamiento proyecta las actuaciones culturales bajo el foco prioritario del atractivo para cruceristas y de los intereses de la hostelería del casco histórico que está entrando en riesgo de reventón y cierre por exceso de oferta. Seamos sensatos, Málaga come del turismo y el sector hostelero es nuestro generador de empleo, lo que no puede significar que todos tengamos que ir vestidos de andaluces de estampa romántica por decreto municipal, ni que la ciudad tenga que tomar cada decisión como si las calles y su ciudadanía se hallasen en el interior de un complejo hotelero.
Soy el primero en reconocer que el alcalde no tiene la culpa de que los fenicios sólo dejasen por aquí cimientos, ni de que para Roma o para los árabes esta bahía sólo representase un pequeño punto en sus mapas. Salvo en América o Australia una ciudad no se diseña de la noche a la mañana. Incluso así pueden tener hondo sabor y personalidad, por ejemplo, Nueva York que debe gran parte de su distintivo a la cultura a pesar de que allí nadie la vigila desde un despacho. Los proyectos culturales de nuestro ayuntamiento buscan el confetti y la guirnalda de las inauguraciones. Museos hay de todo e incluso de los que salen más baratos que los ahora proyectados si lo que se quiere es engatusar a los cruceristas para que pierdan una tarde aquí y así hagan gasto. Ahí están el de los fantasmas en Roma o el del sexo en París. Pongamos uno de ovnis. La colección del Thyssen, por mojarme un poquito, está calculada para extranjeros deseosos de ver navajas en la liga y geranios en los balcones, pero nada más. Su calidad no va más allá de una colección costumbrista de segundo orden que dicho del costumbrismo es redundancia. La permanente del Picasso, aunque sea jurisdicción de la Junta, está repleta de pruebas del autor y desechos que no tienen mayor interés que la firma de quien los firmó, pero con esa excusa llegan unas excelentes muestras itinerantes. Por las trazas, y ojalá me equivoque y me desmientan y me afeen la afirmación, preveo que los fondos que vengan de Francia para el cubo de cristal del puerto, o de Rusia para la Tabacalera caminarán por esos mismos derroteros. En el Pasillo de Santa Isabel se aloja humilde el museo que enseña las artesanía popular malagueña a los lugareños y a los foráneos. Formas de vida que en gran parte determinan nuestro presente. Comparemos con un museo de gemas, o de autos, o de eslabones de cadena y tornillería fina que, seguro, también tienen su público. En esa amalgama de cultura y turismo, como en la del gin y el tonic, uno de los dos pierde. Y no sé si los dos.