Cuando Conchita Wurst ganó Eurovisión ya se desataron las alarmas. Al día siguiente lo oí en Radio Nacional. Un locutor de ese medio señaló que si Austria había conquistado un festival donde la caspa cae sobre el escenario como la nieve en Los Pirineos, varios equipos de fútbol volvían a segunda, otros a primera y, lo peor, Inglaterra ganaría el mundial de fútbol. Según parece, las predicciones se van cumpliendo y, aunque el mundial sea un proceso de batallas con sus victorias y derrotas, los más aferrados a la cosa del futbolerío como representación de los valores patrios e incluso raciales ya intuyen cuervos rondando el cielo que cobija a la selección española en Brasil. La sociedad española necesita que su selección gane esta convocatoria mundialista porque ahora mismo se encuentra en una situación tan deslavazada, tan descalabrada y tan vuelta a desestructurar que el fútbol es su punto de sutura. La terrible profecía, de lo que avisa es de que vamos hacia atrás, de que estamos retrocediendo sin remisión para volver a permitir que Inglaterra y Flandes nos avasallen, lo que sucedió cuando los gobernantes de España eran unos descerebrados que sólo tomaban decisiones incomprensibles porque miraban sus barrigas e intereses familiares y personales antes que los de la nación. Como ahora poco más o menos. No hemos regresado a 1966, año en que Austria conquistó el festival, sino a 1976, lo que conlleva varias maldiciones si nos fijamos en la moda, por ejemplo. Nadie soportaría hoy con una cierta dignidad los cuellos de pico ancho de aquellos setenta, ni los zapatos masculinos con plataforma, ni los pantalones de campana, ni mucho menos los bigotes y barbas al descuido, uniforme de la progresía. Se fumaba negro en grandes cantidades y se leían libros franceses incomprensibles. España estaba en crisis como desde que tengo uso de razón y la selección nunca ganaba.
El ser humano está siempre angustiado por el futuro. Somos animales conscientes del tiempo y ansiamos que alguien disuelva la niebla para que contemplemos el paisaje que nos aguarda. Los chinos han preguntado a los osos pandas por los ganadores de este mundial, los alemanes usaron un pulpo, los sudamericanos llamaron a chamanes vocingleros, y los austriacos en cierto modo han echado mano de una mujer barbuda. El circo. Una mariposa mueve sus alas en Borneo y desata un huracán en Florida por una concatenación de fenómenos. Así, un gobierno mintió a los españoles sobre los atentados de Madrid, lo que entregó las urnas a una manada de inútiles que se dejaron arrastrar por el despilfarro imperante, doméstico y público. Hundida la economía, el país oscila entre el que me arreglen lo mío, así en impersonal, y el tú a mí no me quitas mi abrevadero del tesoro público, en un tono más personal. Todo el mundo chivata de todo el mundo, perdidas comisiones y privilegios, y han aflorado corruptelas y deudas que han radicalizado todas las posiciones ideológicas, sindicalistas contra jueces, o nacionalistas catalanes furibundos a partir de la investigación contra la saga Pujol y sus ITV. Nadie reconoce sus responsabilidades. Las sotanas aprovechan para reconquistar terreno perdido, y los rojos consideran la calle suya. La paja se contempla en el ojo ajeno más que nunca. Así quienes critican el proceso de transmisión monárquico, no dijeron nada cuando en Andalucía un señorito-presidente, pasó la fusta a otra señorita sin votaciones de por medio. La profecía terrible nos enseña un espejo en donde hemos retrocedido hasta aquel ambiente extraño del 76, decorado por cuellos imposibles pero por ciudadanos que veían en la política una forma de servicio a la sociedad y a la historia de un país que ya lleva bastantes desgracias en sus espaldas. El consenso y la sensatez se pusieron de moda al tiempo que los zapatos de plataforma. En las condiciones actuales tampoco es tan raro que la selección pierda, lo que en ningún modo significa ninguna tragedia en ningún lugar civilizado.