Cuando me dispongo a escribir el artículo dominical, la Turner me corta el ímpetu con la proyección de “El Bueno, el Feo y el Malo”, película que me emocionó más de un domingo de niñez en las matinales del “Cayri” o del “Carranque”, igual que a muchos malagueños de los que ya vivimos la propina dios, como decía Raymond Carver cuando alguien cumplía más allá de los cuarenta. Visité los espacios de Almería en los que se rodaron tantas y tantas películas de vaqueros, y comprobé el artificio de las escenas a la vez que la magia de la ilusión óptica en la pantalla. Podría haber derribado casi a empujones cualquiera de aquellos esbozos de edificios que sólo eran eso, dibujos en tres dimensiones donde albergar una secuencia. Se acabó aquella corriente de cine del oeste hasta que nuestro idolatrado Tarantino la resucite, y con aquel final de película Almería comenzó sus otros caminos de desarrollo agrícola, lejana a aquellos cantos de sirena del Hollywood europeo, o de una mini California ibérica, a falta de otras precisiones. Quedan, eso sí, fotos de actores en bares étnicos de la época, anécdotas que alegraron el subdesarrollo español, y una nostalgia de aquello que no fue, que es de las peores nostalgias que una colectividad puede sufrir, se empoza en el ánimo y atrapa la imaginación como hoja sobre estanque. Así pasa la gloria. Coinciden estas inmersiones por los recovecos del recuerdo a las que me obliga la programación de la Turner, con un paseo reciente por la Avenida Carlota Alessandri de Torremolinos, otra de las joyas que el régimen franquista usaba para mejorar la imagen de una España burda refugiada en Viriato, el Cid y Colón como episodios disolventes de la vulgaridad e ignorancia a las que se condenaba a un pueblo. También pasaron aquellas glorias dignas de recibir subvenciones de un aparato propagandístico estatal que no sufría sonrojo con la promoción cinematográfica del macho ibérico, martirio piscinero de suecas y otras nórdicas que competían con facilidad, mediante sus biquinis y melenas rubias, contra las sayas y pañuelos negros que ocultaban el moreno proletario y campesino de la indígena española.
Torremolinos es hoy una población en alquiler. Salvo las pocas calles que complementan la oferta hotelera, el resto ofrece a veces visos de pueblo fantasma. A un club de alterne ya cerrado, suceden los restos de lo que fue un comercio de electricidad, que lindó en su día con un peluquero, que clausuró el negocio casi al tiempo que el taller del otro tabique. Como esquelas sobre esos nichos de negocios, los carteles ya amarillentos e incluso desgajados de su disposición para el alquiler o la venta. Pasó la gloria del artificio con el que se inventó Torremolinos como colonia semi-extranjera donde practicar las libertades civiles vetadas en la España eterna. Los artificios fracasan porque significan una imposición a las costumbres y, a veces, a la lógica. Durante los años en que se pensó que se podría asfaltar toda la península sin que el gobierno de Aznar, ni el de Zapatero detuvieran el intento, se edificó en muchas nadas donde nunca había vivido nadie porque nunca hubo interés por habitar aquellos espacios. Gran parte del parque de viviendas vacías se alza, por ejemplo, sobre montes más arriba de las autopistas de la Costa, donde la visión del mar se convierten en eso estrictamente, en la postal de una playa lejana a la que se llega en coche de modo obligatorio desde urbanizaciones promovidas por intereses de directivos bancarios, especuladores de toda cuerda y afán recaudatorio de ayuntamientos y otros organismos públicos. Pasa la gloria como el brillo de los cohetes en feria. Una enorme cifra de la deuda hipotecaria se volverá crónica como una mala enfermedad por las muchas irrealidades sobre las que se asienta. La luz en alguna ventana descubre el vacío de barriadas delirantes preparadas para albergar a miles de personas sin ofrecerles sino el cobijo de una gloria que se diluyó incluso antes de que fuesen inauguradas entre fanfarrias y oropeles tan falsos como las palabras del Feo y el Malo, y sin que tengamos por aquí el revólver del Bueno para que nos libre de tanta suciedad.