Aún desconozco las cifras pero, por los indicios que tengo, miles de estudiantes se van a quedar fuera de los ciclos de formación profesional. De ellos, una buena parte tampoco podrá acceder a la universidad. Un año en voz pasiva, de nini, con los únicos sucedáneos de algún cursillo, la academia de idiomas, pues las escuelas oficiales tampoco, o el carné de conducir. Y lo peor son las perspectivas. Quien se quedó fuera de unos determinados ciclos formativos por su nota media o año de titulación, se encontrará con igual desventaja para el próximo curso. No hay tierra prometida; los paraísos futuros se construyen en tiempos de bonanza económica y no en mitad de una crisis con el sector público endeudado hasta los topes. Esta situación nada tiene que ver con los actuales derroteros del Ministerio. Educación está transferida a la Junta desde hace lustros y aquí sólo hay un partido a quien alabar aciertos o criticar errores. Los responsables han fundido las monedas en infraestructuras educativas más que discutibles, que impiden una red de capacitación profesional y de aprendizaje de idiomas, lo suficientemente sólida como para sacar a nuestra tierra de la subvención y de la postura del mendigo vestido de faralaes. Gran parte del paro y del subdesarrollo que arrastramos se debe a que nuestros políticos olvidaron lo que era Estado y lo que no. Así, por oportunismo ideológico, se ha invertido en industrias muertas los euros con los que miles de trabajadores andaluces se podrían haber reconvertido hacia sectores de vanguardia. Claro que si se gasta mucho en educación, lo mismo no queda un duro para gastos protocolarios, asesores en asuntos taurinos, delegaciones en el extranjero o políticas de exterior al margen del gobierno de España que es a quien corresponde. La Junta ha habilitado un montón de comederos para su gente, y ya hay quien se ha jubilado con todas sus cotizaciones escritas en esos resortes del poder.
Ciertos intereses particulares han fraguado buena parte del mapa educativo andaluz. Cada vez que se ha abierto una universidad o un instituto en lugares donde la población no justificaba esas inversiones, nacía una nuevo parásito de gastos improductivos por edificios, conserjerías, limpieza y electricidad, por ejemplo, que ahora está siendo alimentado con el dinero que se detrae de las aulas o la investigación que debieran ser las partidas prioritarias a salvo de otras consideraciones. Pero había alcaldes a los que se quería poner medallitas ante sus vecinos y consejeros que buscaban el loor de las multitudes de su circunscripción. Frente a eso poco puede hacer la lógica o el bien común calculado a largo plazo. Quien venga detrás que apenque, dice el refrán paradigmático del egoísmo. El caso es que no hay suficientes institutos con ciclos formativos, ni ciclos nuevos que absorban la demanda que están teniendo. Ni laboratorios ni talleres se pueden construir de un día para otro, así que el horizonte no puede dibujar un paisaje más desesperanzador. Andalucía sufre un desempleo crónico producto, entre otros factores, de la nula preparación de amplias capas de su mano de obra aptas para cargar sacos o a abrir surcos como en la Edad Media. Durante la fiebre del ladrillo esto quedó oculto por la demanda de peones, alcantarilla por donde huyó la miseria estructural que nos cobija. Como los datos macro-económicos iban bien, visto el lujo ambiental, nuestros políticos se limitaron a recoger impuestos con una mano y quemarlos con la otra. Ahora muchos jóvenes que, atraídos por aquellos oropeles, dejaron los institutos se han dado cuenta del error y quieren volver; muchos obreros pretenden reciclarse animados por la propaganda oficial. Pues ahora eso, ni-ni. Ni reciclaje, ni aprendizaje, ni na. Para todas estas familias la salida del laberinto puede estar en reclamar una subvención, que parece ser la actitud progresista autonómica, o apuntarse a algún partido; pero sin currículum ni formación solventes, sólo podrán aspirar a la presidencia de la Junta.