Un perro seleccionado por genética para que sea asesino atacó a una chica que desde la semana anterior se encuentra en el hospital y, sólo por fortuna, no acabó en el cementerio. El perro es el mejor amigo del hombre porque está creado a su imagen y semejanza. Mi hija trajo un perro a casa hace unos meses y, desde entonces, nuestros hábitos han cambiado como si en el salón se hubiera instalado una guardería. Skun, el perrito, compensa todo el trabajo que genera con lametones de cariño y bocaditos nerviosos, como una novia para la que cada instante fuese el del primer encuentro. El perrillo entrega lo que tiene. En mitad de la ciudad, y a estas alturas de la civilización, cualquier can debería de ser sólo una amable bola de pelo que hace algo más bonito el día. El mundo perruno es un reflejo del de sus dioses creadores. La miniatura faldera de un kilo que defiende el territorio de su dama como si fuese un león en combate, se siente el macho y juglar del castillo; en cada ladrido agudo muchas veces pregona el carácter de la señora que lo sienta sobre sus piernas. Harta de corazones rotos, decidió blindar su pecho y los alrededores. Nada más efectivo para suplir a una legión de amantes que la fidelidad canina. Un galgo afgano o un dálmata tiñen con una pincelada aristocrática a quien lo pasee. Son animales que exigen a su dueño la etiqueta necesaria cada vez que los baje a la calle. Nada de ir en pantalón corto o chanclas para salir del apuro. Esos canes vuelven el hocico con un desprecio que entristece a cualquiera que no pueda responderles con un árbol genealógico teñido de azul. Como contraste, los perros cazadores son de los más desgraciados. El proletariado canino. No sólo tienen que trabajar sino que, con demasiada frecuencia, sus amos exhiben sobre sus lomos su carácter. Han aprendido la obediencia a palos y, si no cumplen su oficio con plena satisfacción del señor, se convierten en lamentos para la tortura. Los periódicos que los británicos editan en nuestra Costa del Sol siempre incluyen alguna noticia local sobre estos actos inhumanos. El bienestar de las mascotas prestigia una sociedad.
Según el perro, así el amo. Según los amos, así la ciudad. El Ayuntamiento ha colocado carteles en los que indica que sancionará a quienes no recojan los excrementos de sus perros. Las calles de Málaga parecen un campo de minas anti-higiénicas. Sólo tiene uno que pasear con un carrito de niño o una silla de ruedas para desear todos los males del mundo a quien dejó allí aquello para disfrute de sus vecinos. Es decir, la efectividad policial es nula; entre otras cosas porque a las horas en que se sacan los perros para que hagan esos menesteres no creo que haya policía en las calles. Luego, ya es tarde. Son faltas contra la convivencia difíciles de erradicar y perseguir, pero que también ejemplifican la dejadez que este consistorio tiene con los asuntos caninos. Por los alrededores de Cristo de la Epidemia aún se pueden ver perros que hurgan solitarios las basuras. Sin collar y sin dueño, se han convertido en expendedores ambulantes de enfermedades. Si esto sucede en el mismo centro de Málaga, y si nuestro alcalde no lo cree yo le presento al bicho, sospechemos el nulo control sobre quienes crían perros tan peligrosos como ellos. El que tiene un animal de esas características va pregonando que no quiere ninguna relación amable con los demás y que le encantan los problemas, como demuestran las heridas de la chica atacada por ese perro peligroso que se sale de su casa porque a la desgracia nadie le pone puertas. Muchas de estas razas han sido prohibidas en países civilizados como Inglaterra donde la seguridad colectiva prevalece sobre el capricho privado. El ciudadano constata la sensación de indiferencia de las autoridades malagueñas hacia este problema cuando, por ejemplo, pasea por uno de esos parques para perros habilitado por la municipalidad gobernante y encuentra allí al macarra de rigor con su perro peligroso suelto; ni humano ni perro llevaban bozal. Así es nuestra Málaga, como sus perros.