Los títulos universitarios obtenidos en Málaga deberían de valer el doble que en cualquier otro lugar del mundo, salvo Río de Janeiro, si acaso. Los malagueños que estudian son seres heroicos que van por ahí humildes y viven junto a nosotros y en cualquier barrio y no se les distingue de otros humanos también malagueños. La UMA cierra su biblioteca en horario nocturno. Este país se está dando cuenta poco a poco de que cualquier servicio público genera una factura que hay que pagar. La UMA tiene que gastar medio millón de euros para que ese edificio albergue a los estudiantes noctámbulos que en muchos casos no están allí por gusto. Los recursos hay que dosificarlos y, como capricho personal, me gustaría saber que ese dinero se invierte en investigación, por ejemplo, el segundo cometido para el que nacieron las universidades. El primero es la formación de su alumnado. Ahí podríamos iniciar una discusión sobre si los modos de estudio y evaluación de los resultados que todavía se usan en buena parte de las aulas de la UMA son, en general, los adecuados y si se parecen en algo a otras universidades como la de Seúl o Columbia por poner dos espacios con prestigio reconocido. La memorización de datos es fundamental; se engaña quien piense que algún espíritu insufla la ciencia en el cerebro. El saber cuesta en términos de sacrificio y trabajo tanto como ese medio millón cuantificable en monedas. Sin embargo, el estudiante sigue demandando esos horarios de apertura por la noche y en determinadas fechas porque aún se pega panzadas de deglutir apuntes durante los días previos a unos exámenes que en muchas asignaturas siguen consistiendo en el desarrollo escrito de una o varias preguntas; exactamente igual que hace cientos de años. Y encima en Málaga, donde el ruido es uno de los componentes del aire que respiramos.
Si unimos en la coctelera esos métodos de formación arcaicos, junto con una extensa falta de responsabilidad y educación colectivas, el combinado demanda un espacio de lectura que como todo cuesta una pasta que rentaría más para toda la sociedad invertido en otros menesteres; por ejemplo en descubrir por qué en Málaga se le tiene tanto miedo al silencio y a la música que no moleste. Ningún deportista de un cierto nivel se entrena un par de semanas antes de la competición. Sin embargo, tiene que haber una parte del profesorado universitario que promueva esas maneras de aprendizaje cuando se produce ese encierro generalizado de la estudiantina en unas fechas determinadas. Lo deseable y lógico sería que el trabajo se dosificara a lo largo del período lectivo y en horarios que no alterasen el sueño. Con cinco noches de estudio se puede aprobar una asignatura, lo que no significa que se haya aprendido con la suficiente solvencia. Que alguien pase por la universidad no conlleva que la universidad haya pasado por él. Quizás habría que invertir ese medio millón en el reciclaje metodológico de una parte del profesorado de la UMA. Un grupo de estudiantes ha optado por el encierro como forma de protesta. Como contribuyente querría ver también la demanda de cambios en la docencia universitaria. No todos los problemas de la universidad española están ocasionados por falta de becas. El fracaso educativo español no refleja sino un gran fracaso de la sociedad española en su conjunto. A todos los agentes sociales se les llena la boca cuando hablan de la importancia de la educación, pero nadie tiene en cuenta el calendario escolar cuando va a implantar una fiesta en su municipio, cuando se programan los partidos de fútbol o cuando se dictan normas para proteger al ciudadano que está estudiando en su casa. La apertura de la biblioteca universitaria durante unas determinadas noches es el mal síntoma de una urbe con pésimas infraestructuras culturales sumadas a una cierta atonía en la modernización universitaria malagueña. Ya digo, nuestros títulos, el doble.