El golf es uno de las actividades que aportan cierta estabilidad a la llegada de visitantes fuera de la temporada veraniega. La recepción de muchos hoteles y las colas de embarque en el aeropuerto parecen bosques metálicos los fines de semana. No soy aficionado a ese deporte, ni a ninguno, perdonadme, pero supongo que será más agradable una partida en otoño o primavera, e incluso en esos inviernos dorados de los que también disfrutamos en Málaga, que en mitad de julio. Una razón más para que el viajero acuda a esta tierra en días más allá de la postal con chicas en tanga, o burro con sombrero. Sin embargo, fue polémica la defensa del golf como pilar productivo de ese sector servicios que tantas veces ahuyenta el hambre de Málaga. Los argumentos contrarios se basaban en que era más ecológico un campo de nabos, por ejemplo, que el césped y el agua que exigía. Ecologismo de salón. Una vez que el sustrato de tierras y variedades de gramíneas se implantaron junto con las infraestructuras adecuadas para un riego sin derroches, hemos comprobado durante la última década que aquel campo de nabos y coliflores sólo renta una miseria por hectárea responsable del puesto de trabajo del labrador y de alguno de su prole, según estaciones y cosecha. Los empleos relacionados con aquella industria deportiva se multiplican por mucho y, además, abonan los cimientos de un turismo de fuera de temporada. Costa del sol, Costa del golf. Cualquier idea surge de la contemplación paciente de lo que nos rodea. Y escribo estas palabras con uno de los elementos potenciales de crecimiento de la economía española, con uno de nuestros tesoros, el español, segundo idioma de comunicación internacional y una de las 5 grandes lenguas del planeta. En torno a la mitad de este siglo, Estados Unidos será el primer país en número de hispano-hablantes y casi el 10% de la población mundial hablará el español como lengua materna. Una perspectiva feliz no sólo en el orden cultural, sino en el económico, nueva religión que impregna cualquier razonamiento, ahora bajo advocación perpetua de la prima de riesgo.
Reino Unido, a pesar de la pujanza del inglés como lengua franca, cuida la expansión de su cultura e idioma desde 1934, año en que fundó su British Council. El Instituto Cervantes data de 1991, una vergüenza cronológica que muestra la tradicional miopía con la que el Estado Español ha realizado sus inversiones culturales. La enseñanza del inglés representa un porcentaje muy significativo en el PIB británico, similar al de la agricultura en nuestro país. En España, el que podemos llamar turismo idiomático, se reduce a unas 300.000 personas que mueven sobre los 500 millones de euros. En contra de lo que puedan pensar los castellano-hablantes, el aprendizaje del español del sur, esto es, del andaluz, abre los oídos extranjeros a las variedades del español de América, las que están llamadas a ser las más importantes de todas, una vez desprendida la caspa mental que a muchos les impide ver la evolución que significan las modalidades sureñas de nuestro idioma. En términos lingüísticos la pureza es falsa e ilusa. Y la propiedad de la lengua no existe. Así como el golf necesita transporte, hoteles, mantenimiento, asesoría y demás servicios, la enseñanza del idioma no sólo genera trabajo para el profesorado sino que exige alojamiento, guías turísticos o editoriales. Y lo más importante, el estudiante casi siempre se marcha con una ciudad en el corazón y una nueva forma de entender el mundo en su estructura mental. De ahí nace el cariño a los productos de la tierra. Es inexplicable el poco peso que la enseñanza del español aún tiene en Málaga, que por capacidad para el albergue, por clima y por recursos históricos y paisajísticos debería de ser uno de los referentes mundiales. Tal vez ahí se encuentre el ámbito hacia donde deban dirigir su mirada las autoridades correspondientes. Sesenta años de desidia gubernamental nos separan de las academias de Londres y Dublín.