Lo barato sale caro, dice el refrán. Y si uno compra, no sé, un juego de té chinesco, en el bazar de la esquina, y revienta con la primera taza, pues no pasa nada, a no ser que el agua hirviendo se desparrame por la entrepierna de algún invitado. No todo es así de simple en la vida. El sábado por la noche acudí al concierto de un compañero que trabaja para los medios en Fuengirola. También divirtió con sus viñetas a los lectores de nuestra Opinión de Málaga durante años, Don Enrique Pedraza Díaz (EPD) quien, en sus noches de largo satén, ejerce como cantante de un grupo con efluvios rockeros. A la cita acudió un buen número de periodistas malagueños. Aunque hubieran sido de Sebastopol, estoy seguro de que la charla sobre los problemas laborales discurrirían por iguales senderos. La prensa y demás medios de información están sufriendo una reconversión al margen de esta crisis que todos padecemos y que, claro está, acaricia también con su filo de guadaña a las cabeceras de toda la Península. Creo que hoy ya sin excepción ninguna. Como todo sector productivo el periódico también ha pasado por sus transformaciones tecnológicas que modifican tanto su proceso de elaboración, como sus métodos de distribución. Las ediciones digitales son demandadas por los lectores que, acostumbrados por Internet, cada vez se encuentran más imbuidos en la cultura del gratis total. He asistido a conversaciones en las que personas de mi total confianza y de una inteligencia y honradez más que solventes, defendían el uso libre de cualquier producto intelectual a través de la red, sin considerar bajo qué circunstancias había llegado allí. Si aplicamos una lógica estricta, cualquier cosa que encuentre en la acera es mía aunque la cartera se halle a un metro del cadáver recién apuñalado. Partimos, por tanto, de que salvo para, tal vez las grandes cabeceras tipo New York Times o Le Monde, los consumidores se negarían a pagar por la lectura de un periódico que se encuentra en esa avenida global que es Internet. La publicidad, así, tiene que pagar tanto la edición digital del periódico como la impresa, sin la que, curiosamente, aquella no funcionaría. Y, como dijo la gran Celia Cruz, no hay cama pa tanta gente.
La sociedad española es consciente de que nuestra crisis está provocada en parte, al menos, incrementada, por una extensa crisis moral que cada día vomita sus gotas de terror en los titulares. La prensa y los medios en general se han convertido, junto con policía y judicatura, en el único antídoto para tanta podredumbre. La única garantía que el ciudadano tiene de que un medio saque la basura que alguien encuentra en la trastienda de otro, es que exista otro medio en el mercado que pueda sacar esa información si los intereses, o la desidia, de la primera puerta a la que acudió no quieren hacerla pública. Esas informaciones que están destapando la miseria ética que se expandió tan rápido como los ladrillos por la faz ibera, llega hasta el despacho de los directores de los medios siempre por idénticos motivos. Eliminar adversarios, venganzas múltiples o búsqueda de amparo. Nada noble la inmensa mayoría de las veces, pero esas informaciones que limpian el ambiente no podrían ser expandidas por un ciudadano solitario al resto de su sociedad si no dispone de la infraestructura adecuada, y eso cuesta mucho dinero. Se dice que vivimos la peor época para los medios y la mejor para la información. ¿Qué información? ¿De qué calidad? Casos como el de Urdangarín, Gürtel, Bárcenas o el de los ERE, necesitan una investigación profunda, sosegada y profesional, que distinga al libelo del reportaje y al panfleto de la noticia. Además fijémonos en la talla de esos contrincantes mencionados. Recuerdo la imagen truculenta de dos periodistas mexicanos colgados de un puente porque desde su trinchera de Internet, en teoría anónima, habían denunciado a un narcotraficante de su ciudad. La carne humana siempre es más barata en el mercado que la de cerdo, calcule el lector lo que costaría un susto para un informador solitario que desde su blog denunciara al rey del mambo, por poner un ejemplo neutro. La libertad del pueblo español está en juego por el mísero precio de unas hojas impresas.