A la 16 va la vencida

1 Abr

Escribió Luis Martín Santos, en pura digresión de muchas líneas, que hay ciudades tan descabaladas que ni tienen catedral. Se refería al Madrid de los años sesenta. La actualización de la frase hoy en día debería incidir en que existen en la geografía ibérica parajes tan inhóspitos que aún no cuentan con su festival de cine. Damián Caneda se ha despachado con un discurso sobre el festival de cine Málaga, conocido como el festibar, en el que se ha envuelto en la bandera verde y morada para soltar muchas apelaciones al fervor patrio malaguita junto a un buen número de vacíos semánticos. Polvo, humo, nada, parafraseando el verso barroco. Después de 15 ediciones, el Ayuntamiento quiere malagueñizar el festival, lo que significa que antes no tenía nada que ver con esta tierra. A la 16 va la vencida pero, tal vez, en el peor momento. No me cabe ninguna duda de la honradez y eficacia con su trabajo de Don Juan Antonio Vigar, actual director del festival, quien ya demostró por su labor en Cultura de Diputación que podía ser apto para encargarse de ese difícil timón, tan pateado por sus predecesores. Le ha tocado navegar, no en medio de una tempestad, sino cuando el cine español y el malagueño se encuentran sumidos en la absoluta nada que ha ocasionado esta crisis. La nave se escora sin viento en las velas y el golpe de remo puede llegar a ser muy duro, si nos damos a metáforas marineras. Hubo años en que la artesanía, más que industria, fílmica malagueña estaba dando sus frutos en las diferentes ramas que componen el árbol del cine. Cualquier película condensa una labor colectiva donde confluyen los esfuerzos de guionistas, una legión de técnicos de toda clase, actores y dirección. Tras su montaje, llega el apartado de la distribución. Si el festival hubiese querido promocionar en algún momento toda esa serie de oficios filmográficos llevados a cabo por malagueños, desde luego, tuvo donde acudir. Los focos siempre se han situado sobre actores, actrices y dirección, los más visibles de estas múltiples tareas y con quienes más rendimiento mediático da la foto de cualquier concejal o alcalde de turno.

Agua pasada no mueve molino. Sea bienvenido este nuevo modo de enfocar al festival como escaparate para la promoción de Málaga y el entramado fílmico malagueño, pero ya digo que llega en el momento en que el árbol está en plena sequía, tanto por recortes públicos, como por ausencia de iniciativa privada y eso no lo soluciona ningún discurso de exaltación de la biznaga, los boquerones y la natural gracia de los malagueños. El festival ha sido durante años escaparate para las señoras de los concejales y otras allegadas, que se veían sobre esa alfombra roja que en Hollywood queda estupenda y que aquí no supone más que una catetada del mismo calibre que el largo de la tela. Málaga no es tierra de cine por lo mismo que no es zona industrial, por una simple falta de inversiones. El rodaje conlleva el concepto de desarraigo. Gran parte de la producción publicitaria que aquí se hacía, ha huido hacia Sudamérica donde los costes son más baratos, la calidad similar y, aunque Damián Caneda no se lo crea, los paisajes pueden ser tan espectaculares como los de nuestros barrios. El festival de Málaga siempre ha sido errático en sus fines y en sus objetivos más allá de que los políticos, prohombres locales y parejas pudieran tener una foto con algún famosete para enmarcar en el salón. Nunca ha sido, ni de lejos, uno de los encuentros importantes de España, ni del cine hispánico. Ahí se encuentran la Seminci de Valladolid, o el Iberoamericano de Huelva, o el de tantos otros sitios. No hay ciudad, ni pueblo, ni aldea tan descabalada que no disfrute su festival de cine, su alfombra roja y sus fotos de prebostes y lugareños con alguien más o menos visto o vista en las pantallas. A la 16, el festival de Málaga cuenta con un magnífico gestor, Juan Antonio Vigar, y una idea de malagueñidad, si me permiten el palabro, que debió presidir su trayectoria, pero me temo que al enfermo lo mataron. RIP.

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