Conozco chistes sobre parados, pero ninguno sobre empresarios ¿Recuerdan éste? Durante una manifestación contra el desempleo, un empresario concienciado se acercó hacia uno de quienes más vociferaban. Le ofreció un trabajo. El manifestante protestó porque lo había escogido a él entre tanta gente. Sé incluso de gracias que inciden en el brutal índice de desempleo al que ciertas zonas están abocadas. ¿Saben aquel que diu? Dos tipos se acaban de conocer y se preguntan de dónde son: “De Cai”. “¡Ah, Cádiz! ¡Qué preciosidad! ¿Y en qué trabajas?” “¿Pero no te he dicho que soy de Cai?” Repito que no conozco ninguna gracieta sobre empresarios, salvo las que cuentan en Estados Unidos sobre la torpeza española para los negocios. Como la de que un pájaro enorme vuela a mucha altura. El americano sueña capturarlo para colgarle una pancarta publicitaria y sacarle dinero, el italiano hace unas fantásticas fotos para exponer en un gran museo, el inglés pretende saber la ubicación de su nido para proteger la zona y luego crear un complejo hotelero; todo esto lo piensan mientras el español buscaba piedras para echarlo abajo. Ya digo que son raros los chascarrillos sobre empresas, a pesar de que muchas son de auténtico chiste o generan situaciones propias de bromas que podrían ser risueñas si tras el escenario no murmurara un coro con millones de desempleados que suponen igual número de tragedias. Recuerdo la lucidez de Jaime Gil de Biedma cuando escribió que de todas las historias de la Historia, la de España es la más triste porque siempre termina mal. Sólo el fuerte vínculo de la familia ibérica evita que esos millones de desesperados con carnet de desempleo conviertan las calles en una postal de suburbio tercermundista. Un mal chiste esta crisis que ha logrado que una, e incluso dos generaciones, dependan de la anterior, y hasta de las anteriores, para sobrevivir. Como otro mal chiste, más de un abuelo regresa de la residencia al dormitorio compartido con los nietos para que toda la familia coma de la pensión. Anécdotas sin gracia, con chorreones de humor negro.
Pues la otra noche se me ocurrió pedir una pizza por teléfono. Si la recogía en el local me hacían una oferta y accedí. Tras los veinte minutos de espera me dirigí hacia la tienda-restaurante. Cuando entré había un grupo de unas doce personas esperando a alguien que, como dios en su cielo, se intuye que debe de estar ahí, pero no se ve. El cúmulo de clientes creció y el tiempo pasó. Nadie atendía aquello. Los asistentes a aquella performance se pedían unos a otros el turno y con cortesía se organizaban para recoger pedidos o para encargarlos allí. Escribo sobre una multinacional, no sobre la pizzería del barrio. A los quince minutos apareció la empleada y regañó a la concurrencia en general porque la puerta estaba abierta. La chica salía cuando oía un portazo. Eso es inversión empresarial propia de siglo XXI. Ella es una trabajadora. Pensé en el libro de reclamaciones y luego pensé en la pizza fría. Me marché. No volveré. Una de las guadañas de la crisis ha fulminado la competencia, lo que sólo redunda en más paro y en clientes para quienes sólo queda el enfado y la tristeza de las cifras que arroja un país que, más que parado, está detenido. Mientras, el mundo sigue girando y por las vías paralelas otras sociedades nos adelantan. Un mal chiste en manos de las empresas, no de los trabajadores que en este sainete sólo ejercen como sujetos pacientes sin capacidad de maniobra. En demasiadas ocasiones, nos hallamos sumidos, o sumisos, en conceptos empresariales anclados en el siglo XIX, lejos de los criterios de eficacia que indican el nivel de desarrollo de un país hoy en día. El portazo como método de aviso. Pero a esa experiencia debo sumar otras que conozco, y que ustedes aumentarán, como la de un mes para que instalen una mampara de baño, o la de tres semanas para que llegue la pieza de un ordenador. España, un chiste de desatinos en lo universal, rememorando la frasecita falangista.