Qué lugares tan gratos para conversar, dice la canción. Bares, refugio de las inclemencias de la calle donde está mu mala la cosa como nos recuerda cada día que amanece. En una de las cargas policiales contra quienes se manifestaban ante el Congreso, un bar sirvió como tabernaria e indulgente lista de Schindler que salvó de las porras a unos cuantos. Teresa Porras, concejala malagueña a quien, por lo visto, nadie ha enseñado el valor del silencio, buscó el sábado abrigo en un bar junto a otros concejales para protegerse, mediante policía nacional, de los policías locales en manifestación. Un mundo muy loco que prefiere el bar al taxi y al mutis por el foro cuando los ánimos están huracanados. Nuestros políticos diferencian cada vez menos el discurso político de las soflamas de enterao de barra y se refugian en el bar cuando no pueden escudarse con la razón. Teresa Porras reprochó a los manifestantes su actitud en vez de abrir la agenda y citar una comisión para el día siguiente en su despacho y hablar de sus reivindicaciones, e interceder como María ante Don Francisco. Salió por la puerta de atrás del bar en el que había entrado por la puerta grande de la torpeza como personaje público. Pero esta es la altura intelectual de quienes nos han conducido a una crisis a base de quemar billetes. La clase dirigente, así a bulto, se comportó con el dinero de los ciudadanos igual que quien invita en la taberna bajo los efluvios de la botella de güisqui y luego deja sin comer a los hijos en casa. Ya digo que los bares se están convirtiendo en un territorio con las fronteras cada vez más difusas. Siempre cumplieron una innegable labor sanitaria y sirven como lenitivo a los males de la mente. Uno allí charla e intenta alegrar algo el sudor nuestro de cada día, o busca un alma gemela que echarse a la boca. Ahora alguien debería de bajarles los impuestos porque constituyen un espacio preventivo contra esa violencia ambiental que se expande como olor de letrina por toda la faz del dios ibero, que hubiera dicho don Antonio Machado. La polícía local reivindica unos dineros como clase trabajadora que es.
No todos los municipios se han portado igual ante la crisis. Ahí está la contabilidad de Bilbao para demostrar una gestión adecuada y prudente de los recursos. Don Francisco de la Torre sólo fue prudente y lento para rebajar los abultados sueldos de los agraciados en el sorteo de las responsabilidades municipales de tronío y empaque. El pueblo español, en contra de aquella propaganda franquista que lo calificaba como indómito y merecedor del palo, es muy razonable. Frente a la severidad de la crisis está cultivando una conducta cívica de la que hablará la historia. Pero Don Francisco de la Torre muestra una insultante falta de ejemplo e incluso de ética a la hora de conducir la deriva consistorial en la que él mismo nos sumergió. No me cabe duda de su honradez, pero tampoco de su insensatez profesional. Los trabajadores municipales ven, como el resto, recortados sus sueldos ante la falta de ingresos, eso se puede explicar y con cuentas en la mano realizar un ejercicio de comunicación ante los representantes sindicales. Las posiciones más extremistas se secarían solas. Pero esos mismos trabajadores, policías incluidos, saben de la brigada de asesores municipales, de puestos de trabajo que surgen como setas y benefician a algún prójimo o prójima del alcalde o de sus amistades; incluso de extraños representantes de la ciudad como ese americano que andaba por el mundo buscando empresas que, como el porvenir en la copla flamenca, nunca llegan. Si a todo esto se suma la proliferación de organismos municipales inexplicables pero con nóminas aristocráticas para sus señoritos, no pida de la Torre paciencia y sobriedad ni a policías ni a nadie de la plantilla munícipe. El Ayuntamiento de Málaga se ha convertido a lo largo de los mandatos de Don Francisco en una especie de bar de alterne con zonas VIP y demasiadas consumiciones de amigos a cargo de la empresa. La cuenta ¿Quién paga?